
La bondad y la maldad de las pasiones humanas: ser, tener y poder
Enrique Gervilla
Sábado, 17 de junio 2023, 21:52
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Enrique Gervilla
Sábado, 17 de junio 2023, 21:52
El vocablo pasión, sinónimo de impulso, emoción, agitación o alteración, es una fuerza interna que mueve vehementemente a una persona a la realización de algo ... bueno o malo: la pasión por la justicia, por la solidaridad, por el arte o la ciencia... Y también a la pasión puede conducirnos al materialismo, al hedonismo, la soberbia, la dictadura… La educación es el medio privilegiado para alcanzar la pasión por la virtud: «Una buena o mala educación convierten al niño en salud o enfermedad, en virtudes o vicios» (Manjón).
Los santos, los héroes, las grandes personas, y también los malvados, han sido personas apasionadas, pues como ya afirmó Hegel, en su texto 'Filosofía de la Historia', «nada grande se ha realizado en el mundo sin pasión». Personas apasionadas, entre otras muchas, fueron Jesús de Nazaret, Mahoma, Cristóbal Colón, Luther King, Albert Einstein… Y también Joseph Stalin, Adolfo Hitler, Bin Laden o Putin…
Las múltiples pasiones de las personas tienen su raíz en el 'ser', 'tener' y 'poder'.
Las personas, como seres humanos, estamos dotados de vicios y virtudes con repercusiones personales y sociales, por lo que estamos capacitados para realizar tanto acciones heroicas como ruines.
La Historia de la Filosofía nos manifiesta teorías que sostienen tanto la bondad como la maldad de las personas. Así, Rousseau, en su obra 'Emilio o la educación' afirmó que el hombre es bueno por naturaleza, pero que se pervierte en la sociedad. Thomas Hobbes, por el contrario, sostenía que el hombre es malo por naturaleza debido a su egoísmo, por lo que existe una lucha continua contra el prójimo. De aquí, su famosa frase: «El hombre es un lobo para el hombre» (Leviatán).
Ambas realidades, pues, las encontramos presentes en la historia universal y en la actualidad, pues los humanos podemos orientar nuestra vida en una doble dirección: al servicio del prójimo, o en beneficio propio egoísta.
Los bienes materiales son imprescindibles para mantener una vida digna. Sin embargo, la pasión de poseer nos conduce a la alienación y la esclavitud de las personas, pues como ya sentenció Quevedo en el siglo XVII: «Poderoso caballero es don dinero».
Esta avidez y afán desmesurado de posesión explica la actual fiebre del consumismo, pues gastamos lo que no tenemos para comprar lo que no necesitamos. El círculo 'comprar-poseer-disfrutar' nunca tiene fin, pues siempre nos deja insatisfechos. La avaricia es la más despiadada de todas las enfermedades del alma, pues cual pozo sin fondo nunca se sacia del todo. El dinero, que en sí es un medio, se convierte en un fin. Más grave aún en un mundo en el que mientras unos viven en la opulencia, otros carecen de lo imprescindible para vivir, llegando incluso a la muerte.
El poder, en el sentido de dominio, es la capacidad de modificar el comportamiento de los demás: el maestro sobre sus alumnos, los políticos sobre sus ciudadanos, la jerarquía eclesiástica sobre sus fieles, el ejército sobre los soldados, o los padres sobre sus hijos. Ello es tan natural que, como ya escribió Camus, quien no dispone de nadie sobre quien ejercer su poder se hace con un perro para que este le obedezca.
El problema, pues, no radica en el poder, sino en el modo o manera de realizarlo, pues este puede ejercerse lo mismo para la esclavitud que para la liberación y la humanización. Ya Mahatma Gandhi afirmó que «lo que se obtiene con violencia, solamente se puede mantener con violencia».
La antigüedad clásica distinguió entre la potestad, poder ejercido con fuerza, violencia y agresividad, y la autoridad, fundamentada en prestigio, el respeto y la dignidad humana.
El egoísmo, la ambición, el deseo o dominio del hombre sobre el hombre es algo tan natural como real. Maquiavelo escribió que los hombres son bestias apasionadas y solo excepcionalmente se muestran racionales. Desde esta visión del poder político como dominio, es imposible el respeto a los derechos humanos y el reconocimiento de la dignidad de la persona. Recordemos al respecto la esclavitud, el dominio racista, la Inquisición o las Cruzadas, etc.
Y sin embargo, la acción política es imprescindible para la organización social en beneficio del bien común. De aquí la importancia, como ya defendió Platón en la 'República', de que el poder político lo ostenten los mejores, los sabios (filósofos), pues solo de este modo cesarán los males en la sociedad. La experiencia, sin embargo, a través de los siglos, nos manifiesta que no siempre son los mejores quienes sustentan el poder. Ya Baltasar Gracián, en su obra 'El Criticón', escrita en el año 1657, afirmó: «Los poderosos dan cargos y se apasionan por los que menos lo merecen y positivamente los desmerecen, favorecen al ignorante, premian al adulador, ayudan al embustero, siempre adelantando a los peores. Y del más merecedor, ni memoria».
La historia se repite. Una realidad tan antigua como actual.
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