La ciencia y la técnica
El valor de la ciencia y la necesidad de las creencias en una sociedad científico-técnica
Enrique Gervilla
Lunes, 2 de diciembre 2024, 23:15
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Enrique Gervilla
Lunes, 2 de diciembre 2024, 23:15
Vivimos en la sociedad de la sobrevaloración científica y técnica, por entender que la ciencia es sinónimo de precisión, verdad e, incluso, infalibilidad. Sin embargo, el saber y la verdad son más amplios que la ciencia. Una verdad metafísica no es una verdad científica, pero ... no por ello deja de ser verdad. No siempre coincide ser algo verdadero y ser algo científicamente verdadero. Esta importancia actual dada a la ciencia, así como el conflicto entre la razón y la fe, han conducido, a ciertos sectores de la sociedad, a una minusvaloración de las creencias.
En la sociedad actual el valor de la ciencia y la técnica han adquirido tal importancia que se han convertido, para muchos ciudadanos, en la «religión» del momento, «en el eje de la cultura contemporánea» (Bunge). Y ello es así, por cuanto se da por supuesto que el conocimiento científico es un conocimiento incuestionable, fiable y objetivamente probado, y, en consecuencia, sinónimo de precisión, exactitud, verdad, e incluso infalibilidad.
Los descubrimientos científicos, sin duda alguna, han sido enormemente beneficiosos para la humanidad, pero también hacen temer peligros sin precedentes. Desde Hiroshima y Nagasaki los interrogantes son permanentes. Pero lo que más llama la atención es que la ciencia y la técnica no sólo han cambiado nuestras condiciones de vida, sino también nuestra forma de pensar. Han dado origen a la mentalidad científico-técnica. Como sostiene Goodman al respecto, «la ciencia se ha convertido en una superstición tanto para el pueblo como para los propios científicos».
Gracias a la técnica nuestra época se ha liberado de la tiranía de la naturaleza física, aunque no siempre exenta de problemas morales. Hoy no hay nada que escape a la técnica: ascensor, frigorífico, TV., coche, Internet, etc. E. Fromm ha llamado «megamáquina» a este sistema social totalmente organizado y homogeneizado en el que la sociedad, como tal, funciona como una máquina, y las personas como parte de la misma.
El saber y la verdad son más amplios que la ciencia. No siempre coincide ser algo verdadero y ser algo científicamente verdadero. Entre lo racional de la ciencia y lo irracional de lo quimérico, tiene cabida el conocimiento razonable de la metafísica, de la moral, de la religión, de la ideología, de las creencias, etc., compatibles con la experiencia y con la continuidad histórica de los seres humanos. La libertad y la dignidad humana no pertenecen a la ciencia.
El reduccionismo, propio del método científico, le impide buscar un sentido para todo el universo y para el ser humano. Ello condujo a una mutilación del espíritu, pues «hay muchas realidades, y precisamente las más importantes para que la vida, que nunca podrán ser captadas con los métodos de la ciencia. Requieren otras vías de acceso como el arte, la filosofía o la teología» (González- Cardenal).
El ser humano, por naturaleza, es creyente. La historia nos manifiesta esta connaturalidad de las creencias con los seres humanos ya desde el inicio de la humanidad. Así, creencia y valores comparten elementos intelectuales, afectivos y conductuales, cuya carencia conllevaría la muerte o patología de la persona en cuanto tal:
«Existir sin un sistema de valores es patológico. El ser humano necesita una trama de valores, una filosofía de la vida, una religión o un sustituto de la religión, de acuerdo con la cual vivir y pensar, de la misma manera que necesita de la luz solar, del calcio o del amor» (Maslow).
Las creencias, según Ortega y Gasset, son las ideas básicas, «que constituyen el continente de nuestra vida (…). Cabe decir que no son ideas que tenemos, sino ideas que somos, pues en ellas vivimos, nos movemos y somos».
Hoy, la fe y la razón, la religión y la ciencia, constituyen dos fuentes de conocimiento, autónomas y distintas, que pueden informar sobre los mismos o diversos contenidos, pudiendo prestarse una estimable ayuda mutua. Tal es la tesis defendida por Juan Pablo II en su encíclica 'Fides et Ratio' al afirmar que «no hay, pues, motivo de competitividad alguna entre la razón y la fe: una está dentro de la otra, y cada una tiene su propio espacio de realización» (nº 17).
La historia nos demuestra que grandes filósofos y científicos fueron también grandes creyentes: Francis Bacon, Galileo Galilei, Renato Descartes, Isaac Newton, Blas Pascal, W. Leibniz, etc.
1. La actual sobrevaloración de la ciencia y de la técnica ha conducido a la creación de la mentalidad y de la cultura científico-técnica, minusvalorando o ignorando otros modos de conocimiento y de adquisición de la verdad. Y sin embargo el saber y la verdad son más amplios que la ciencia, por lo que no siempre coincide ser algo verdadero y ser algo científicamente verdadero.
2. El conocimiento científico, siendo importante para la vida humana, no es suficiente, pues el ser humano necesita también de las creencias para conocerse a sí mismo y conocer la realidad.
3. La infravaloración de las creencias, sobre todo religiosas, ha generado un pasotismo o rechazo a dichos tenidos al ser estos considerados innecesarios, superados para el bienestar personal y el progreso social.
4. Esta ignorancia religiosa ha conducido a un analfabetismo cultural, por cuanto las creencias religiosas son inseparables de la cultura, y nuestra cultura occidental está impregnada de la religión cristiana: arte, costumbres, ritos, fiestas, valores, etc.
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