Harrison Ford en la premiere de la última película del arqueólogo. AFP
Los olivos suicidas

Indiana Jones

Pertenezco a la generación de la época mítica del cine y constato que estos tiempos, que estos estilos, no me pertenecen

Ernesto Medina

Jaén

Miércoles, 12 de julio 2023, 23:52

Indy le señalaba el hombro, «aquí no me duele», para que Marion posase delicadamente un beso. «Aquí tampoco», al tiempo que colocaba un índice en su pómulo. Nueva ternura. «Ni aquí», ofreciéndole los labios. La recreación de esa escena es lo mejor de la última ... película de la saga. El resto, fuegos artificiales muy lejos del material imperecedero con el que -según Bogart afirmaba en el Halcón Maltés– están forjados los sueños.

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Navidad de 1981. Los cines Avenida de Jaén abarrotados para ver 'En busca del arca perdida'. Tanto nos enamoró la película que mi hermano Ismael y yo la vimos dos veces seguidas. Y alguna más el resto de las vacaciones. La fábrica de las ilusiones, el mayor espectáculo de entretenimiento del siglo XX en su máximo esplendor. Loor y gloria a Spielberg.

Bajé a disfrutar de 'Indiana Jones y el dial del destino' con mi hijo Ernesto. Dos devotos entregados a la causa. Sin embargo, los presagios fueron ominosos. La sala estaba casi vacía. Estas películas hay que verlas entre vítores de la chiquillería, los oh y las ovaciones ante los alardes de Harrison Ford mientras te dejas mecer por la música de Williams. Nada hubiera importado si la producción se hubiera acercado a sus ancestros. Incurrí –tal y como afirma el crítico de cine Carlos Boyero– en el peor desdén imputable a una película, mirar el reloj por comprobar si quedaba mucho para que acabase. Ni salí silbando la sintonía, ni la emoción, que nunca compareció, me acompañó camino de la casa.

Unos días después, más sosegado, analizo mi desazón. ¿Turbios momentos personales? Precisamente estas películas te sacan de ellos mientras permanecen apagadas las luces. Tampoco me preocupa que el Doctor Jones haya cumplido años. Me gusta -mucho- el cine crepuscular con su halo romántico, heroico y enternecedor. Pero no era esto. No era esto. Constaté para mi desdicha que el celuloide clásico -en el que aprendí y con el que siempre he convivido- se ha ido para no volver jamás. Los guiones son superficiales. El cine actual no deja diálogos grabados para la eternidad. Las escenas de acción se repiten ad nauseam sin ningún intento de ponerles imaginación. La estructura de las películas de hoy en día se derriba con un ligero papirotazo. Cinco minutos después no se recuerda nada, el paladar no guarda sabor y no encomias ninguna secuencia.

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He perdido la ilusión en este y en muchos temas. Me embarga, en casi todo, la desazón. Vivo un tiempo carente de magia en el que las creaciones culturales se producen con obsolescencia programada de un cuarto de hora. Falta la emoción. No admito que sea un tema de envejecimiento cascarrabias. Pertenezco a la generación de la época mítica del cine y constato que estos tiempos, que estos estilos, no me pertenecen. Añoro cuando era muy feliz en el cine. Con el cine. Si alguien del Olimpo cinematográfico lo tiene a bien, que me cambie los treinta años que me quedan de vida por volver a tener treinta menos un puñado de tiempo. Firmo sin un pestañeo.

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