
Mis curiosos dilemas éticos
Ergo, contra la ignorancia, mucha curiosidad. Por más que el saber conduzca a la infelicidad.
Ernesto Medina Rincón
Jaén
Miércoles, 7 de febrero 2024, 22:29
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Ernesto Medina Rincón
Jaén
Miércoles, 7 de febrero 2024, 22:29
Hay personas desafortunadas. En el amor, la vida o la salud. Sin merecimientos ni acciones que conduzcan a su desdicha. También existen palabras con mala ... suerte. Nacieron de linaje noble, pero en un vericueto del idioma se les torció la ventura. El curioso es sujeto de bajos instintos que hociquea malignamente en lo que no le concierne tal y como deja entrever la primera acepción del diccionario de la RAE, «inclinado a enterarse de cosas ajenas». Menos mal que la Academia repara en que el origen etimológico del adjetivo es el sustantivo latino 'cura' -preocupación, interés- y lo enmienda en la segunda entrada, «inclinado a aprender lo que no conoce». Ergo, contra la ignorancia, mucha curiosidad. Por más que el saber conduzca a la infelicidad.
Si tienen ganas de devanarse los sesos, dilectos lectores, los ilustro con un ejemplo. El pasado martes el editorial de un periódico nacional titulaba 'Deriva autoritaria en El Salvador'. Denunciaba que la victoria del actual presidente Nayib Bukele venía acompañada de un grave deterioro del Estado de derecho. Afirmaciones similares podrían extraerse de otros medios que incluso ilustran la noticia con fotografías que parecen propias de una película distópica: filas interminables de detenidos, con las manos atadas a la espalda, encapuchados, de rodillas, a la intemperie. Miembros de las maras, que en el argot son grupos de malhechores que siembran el terror en el país. A la más conocida de ellas, la mara Salvatrucha, se le imputan asesinatos indiscriminados, raptos, narcotráfico, violaciones, extorsión… Hasta el punto de que, como sucede en Méjico con los cárteles de la droga, han convertido estos países en lo que según la ciencia política se denomina un estado fallido, donde las normas comunes sujetas a principios éticos naturales que permiten el funcionamiento de cualquier grupo social dejan paso a la tiranía de la violencia del más fuerte.
Bukele ha devuelto cierta armonía al país manu militari, dejándose en el camino derechos civiles fundamentales al detener indiscriminadamente, encarcelar sin juicio o torturar a los reclusos en prisiones hacinadas. Los salvadoreños lo han ratificado en el cargo de acuerdo con los primeros resultados -cuestionados por organizaciones internacionales de derechos humanos- en la creencia de que alcanzar el supuesto purgatorio es preferible al infierno. Dejo a su curiosidad el análisis de cuánta culpa del problema tiene el subdesarrollo económico propiciado por el desequilibrio entre los dos mundos, del que, no lo olvidemos, nos beneficiamos ustedes y yo.
Vivimos en España, un estado garantista, con imperfecciones y sujeto a derivas populistas y sobre el que se discute la efectiva separación de poderes. Un paraíso. Aunque las grandes ciudades, y también las medianas, empiezan a engendrar islotes en los que la policía ya no se atreve a entrar. Mi curiosidad política se revuelve en la disquisición de qué prevalecería en mi interior si me viere abocado a vivir circunstancias similares a las salvadoreñas. ¿Mis principios morales o mi bienestar personal ante la imposibilidad de compatibilizar ambos? No es pudor lo que me obsta a responderles la pregunta. Mi única certeza es que hay muchas mañanas en que preferiría ser un ignorante sin curiosidad.
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