
Diecisiete años. Con esa edad la mayoría de la gente habita todavía la plena inmadurez. Tampoco se alcanza milagrosamente el sentido común al traspasar la ... frontera de los diecinueve. «Don Francisco Franco» y «queridos republicanos, perdisteis vuestra batallita» es lo que con las edades mencionadas escribió en las redes sociales Ana Núñez, la nueva concejala del Ayuntamiento de Jaén. A los veinticinco insistió en la estupidez, al calificar en Instagram como 'top' un sitio ilustrado con una foto del dictador. Pero regocijémonos, se ha arrepentido. Indulgentes apliquémosle los versículos del evangelio de San Lucas: «habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentimiento». Que pecadillos de juventud y esqueletos en el armario todos tenemos anotados en nuestro deber.
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Por tanto, una vez recibida la concejala en la fe verdadera de la libertad y tras desearle mucho éxito en su gestión municipal, mis reflexiones giran en otros meandros. «Son míos, pero no recuerdo haberlos escrito» fue la primera y desafortunada justificación de la interfecta. El alcalde salió con el capote «ha madurado y ya no tiene ese pensar», lance que le puso en bandeja a Ana Núñez el quite del perdón, «la petición de excusas, el reconocimiento de su error y su disposición a trabajar por la ciudad con toda su dedicación». Pelillos a la mar, pues. Pero quede constancia de cuán pésima es la gestión del PP sobre estos asuntos, en los que suele recurrir a enroques destructivos.
Vayamos, no obstante, a la cuestión mollar. ¿Qué estamos haciendo mal para que una joven que nació cuando el dictador llevaba dos décadas bien enterradito considere apropiado ensalzarlo? Quizá sea ignorancia de la historia de España, lo cual no deja en muy buen lugar a nuestro sistema educativo. No descarto que tal vez los nostálgicos del franquismo sean de rancio abolengo pijo-facha. Pero es que los padres de la generación de Ana Núñez alcanzaron el raciocinio político cuando la democracia ya imperaba en España. Ninguno de ellos, incluso los más recalcitrantes, renunciaría a los avances sociales de los últimos años. Que sea además una mujer la que ensalce al dictador añade estulticia al asunto. La relegación femenina en cualquier ámbito público, la represión sexual, el machismo de ordeno y mando porque lo vale mi testosterona, la sumisión femenina, en suma, no son cuentos abracadabrantes. Existieron. Como las tinieblas en que el tirano y sus cómplices sumieron a España durante cuarenta años.
Tengo por seguro que esos mismos -insensatos, irresponsables, iletrados- que publican gracietas sobre Franco se abrirían las venas si fueren puestos en cuestión tantos usos, delitos en tiempo de la oprobiosa, que hoy vemos con la normalidad asumible por una sociedad libre y avanzada. Existe una evidente disociación entre cómo vive y lo que piensa la carcunda sociológica, en la optimista suposición de que la asista el discernimiento.
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Me revuelve la sangre que cincuenta años después de la muerte del criminal todavía gane la batalla de pervivir entre nosotros. El mejor desprecio, el único insulto posible es convertirlo en una página obscura, lejana, olvidable y olvidada de la historia de España.
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