La semana pasada me quedé sin internet por un problema técnico. De pronto me había sobrevenido un apagón de conocimiento. Ni el diccionario de la ... Academia ni la página del español urgente de la FUNDEU, enlaces que tengo de cabecera en el navegador del portátil para evitar las meteduras de pata. Para resolver una duda me levanté hacia las estanterías. Los tomos de la Larousse acumulaban polvo. También años. Algunas entradas están desfasadas, pero el tomo 17 oceánico-peltoideo no mostró rencor alguno por tanta incuria. Fue grato el roce del papel satinado y contemplar las fotografías e ilustraciones en color.
Sentí la nostalgia de años pretéritos en que la fuente de información para los trabajos que nos mandaban en el instituto eran las enciclopedias. Algo más de cuatro decenios que parecen mucho más de cuatro siglos.
He vivido con gozo la revolución cultural que supusieron las tecnologías de la información y la comunicación. Supuse -¡cuán poco he tardado en constatar mi error!- que el acceso ilimitado y universal a los saberes, a las noticias, a otras culturas crearía un homo sapiens mucho más humano. Sobre todo, más libre y menos manipulable.
Sin embargo, los demonios que infectan a la especie elegida por la evolución campan a sus anchas con mayor voracidad si cabe. No hemos conseguido desterrar, o al menos constreñir, el nacionalismo sea de índole étnica, lingüística o meramente geográfica. Las religiones imperan por encima de la razón con credo fanático y homicida. Incluso entre fieles del mismo tronco religioso se producen persecuciones y matanzas por mor de la ortodoxia.
La propagación de la información ha servido para la intoxicación de la opinión pública con noticas falsas. Las redes sociales -Tiktok, Twitter-X, Instagram…- se utilizan para entretenimientos banales que nos igualan en una adolescencia infantiloide. He leído hoy -un atisbo para la esperanza- que Tinder, la aplicación de contactos sexuales, está de capa caída porque los jóvenes añoran un tipo de amor que no han conocido.
Empero, cada mañana al leer la prensa digital me pregunto desolado en qué hemos avanzado. «Israel rompe el alto el fuego y bombardea Gaza. 300 muertos». «Trump ataca Yemen y los hutíes responden con misiles contra un portaviones de Estados Unidos. Trump les promete un infierno». «Putin, criminal de guerra y perseguido por delitos de lesa humanidad, está a punto de apropiarse un trozo de Ucrania como ya se ha quedado con la voluntad de los rusos». «Bukele, el déspota salvadoreño, recibe refugiados políticos venezolanos procedentes de Estados Unidos. Se les considera delincuentes».
Ante la prohibición de la deportación emitida por un juez norteamericano, Trump contesta más o menos con un chulesco «se siente, ya estaban en el avión». «Trump -fascista, autócrata y un desequilibrado mental; utilicemos los calificativos sin tapujos- insiste en la anexión de Groenlandia porque él lo vale». «Tras el derrocamiento de Assad en Siria han vuelto las matanzas entre facciones. Hay un flujo constante de refugiados hacia el Líbano».
¿De qué nos ha servido tanta tecnología? Acaricio el lomo del tomo de la Larousse sin atreverme a cerrarlo por si con ello bloqueo cualquier atisbo de optimismo.
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