Había dónde elegir. El tema de las rivalidades enquistadas entre dos familias que impide el amor de dos jóvenes es un viejo tópico literario que ya contaba Ovidio en las Metamorfosis. Píramo y Tisbe sucumbieron en Babilonia por el odio de sus padres. Fue Verona ... el lugar elegido por Shakespeare para situar la tragedia de Romeo y Julieta. Cervantes incluye el asunto en el Quijote con la historia de Basilio y Quiteria. Si prefieren referencias más recientes, la trama aparce en un capítulo de los Simpsons o en el musical West Side Story -la banda de los Jets contra los Sharks, ¡ay dolor, Natalie Wood!- de la que recientemente Spielberg ha rodado una nueva versión.
No pretendo un alarde de erudición -la información está accesible con suma facilidad en Internet-, sino introducir literariamente cómo en España el desencuentro entre las dos facciones es imperecedero. He aquí la razón por la que de todas las posibilidades que había a mano haya preferido la película 'Los tarantos' de Francisco Rovira-Beleta, candidata al óscar de la mejor película extranjera. Flamenco; Carmen Amaya, Sara Lezana y Antonio Gades al baile; las chabolas de Barcelona; los Zorongos y los Tarantos, dos familias gitanas de acendrada rivalidad. Al final pagan los de siempre. Con la muerte. En una danza macabra.
Trece muertos, también mientras bailaban, en el incendio de la discoteca de Murcia. Sin embargo, en este caso no hay odio, sino negligencia. El partido que mandaba en el ayuntamiento murciano, el PSOE, y el que manda ahora, el PP, se adoran. De manera que dos concejales de dos partidos que desentierran el hacha cada vez que toma la palabra el rival político comparecen juntos de la mano, en armoniosa convivencia, para decir que la culpa no es ni de uno ni de otro. La fatalidad, que se vistió de bachata o reguetón. ¿Responsabilidades? Acudió un inspector, pero quizá la discoteca estaba cerrada cuando se acudió para verificar que reunía los requisitos. La orden de cierre llevaba cursada casi dos años sin que nadie se percatara de que en el centro de Murcia había marchón hasta las ocho de la mañana en un local de varias plantas. No eran cinco amigos de guateque. No obstante, como no se habían presentado nuevas denuncias, «nosotros qué íbamos a saber, ¿verdad, cariño?», los dos concejales se arrullan para eludir su culpa, no sea que nos tiremos los trastos y acabemos ambos aporreados.
Es la vieja solución española. «Seguro que no pasa nada», con la que trampeamos permisos que no llegan por la demora burocrática. Hasta que los dados caen de punta. En Jaén ardió también el centro comercial recién inaugurado. ¿Con todos los papeles en regla? El humo del incendio tapa la investigación y la asunción de responsabilidades que el personal, más preocupado de que reabra cuanto antes Zara, no reclama.
Para gobernar España y resolver sus problemas los dirigentes son cainitas. Pero mediando la integridad de su pellejo arman una gran coalición, entre condescendencias y arrumacos, sin negociaciones previas ni líneas rojas. 'Los Tarantos' era una película. Estos muertos son de verdad. Ponen en evidencia las vergüenzas de nuestros políticos, siempre tan preocupados de lo suyo.
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