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No nos engañemos a estas alturas: la política es una droga dura que quien la prueba queda enganchado de por vida. Y no digamos si ... hablamos del poder. Conforme más arriba estés en política, más imposible resultará que puedas dejarlo. De ahí que la famosa frase de «hay vida fuera de la política» solo esté reservada para pocos privilegiados de espíritu heroico y para todos aquellos que hemos fracasado y expulsados de ella: a la fuerza ahorcan, y tienes que buscar esa vida alejado de la política porque no puedes permitirte vivir sin trabajar. Digo esto porque podría ser la base de una nueva disciplina en la ciencia política; ya no se trataría de analizar lo que hacen las personas al llegar al poder sino lo que hace el poder al llegar a las personas. A muchas, sin duda, enloquecerlas; y a otras, por supuesto, desenmascararlas.
Con la supuesta caída del olimpo de Casado –supuesta porque aun se resiste a aceptar su muerte política– se ha abierto el debate sobre la crueldad que existe en el ejercicio del poder y la evocada bondad humana del caído y del linchado. De ahí que mientras algunos pedían detener el linchamiento, otros se apuntaban al asegurar que Pablo era «una buena persona, un buen amigo, que había sido llevado a la mala vida por culpa de un sociópata del poder llamado Egea». Obviamente no puedo determinar si el todavía líder del PP era tan buena persona como tan nefasto político, pero hay ciertas cosas que debemos determinar.
Aun en el caso de que Casado fuese un padre ejemplar, un marido entregado y un amigo bondadoso, su frágil carácter y su débil determinación le incapacitaban totalmente para el ejercicio del máximo poder nacional. Pero yo apostaría a que la historia desgraciada de Casado va más allá de la simple manipulación de alguien bueno por alguien muy malo, y entra de lleno a la responsabilidad exclusiva e individual del propio Pablo en todo lo que ha hecho, deshecho y permitido. Entiendo que si metemos en la ecuación política el carácter humano del candidato todo se complicaría mucho más, pero debemos empezar a aceptar que en la capacidad de todo candidato también juega un papel determinante su verdadero carácter y personalidad.
Reconozco, en este sentido, que en el juego político esto de juzgar y condenar es algo que también engancha. Cuanto más rápido condenas a tus rivales más adrenalina sientes en ese exhibicionismo moral y adicción tribal a la que todos los que consumimos política estamos peligrosamente tentados. Ponerse un espejo delante de uno mismo es algo de valientes; pero ir poniendo un espejo delante de todos los demás es directamente una temeridad. De ahí que funcione tan bien la hipocresía y el linchamiento colectivo en esto que seguimos llamando política. Pero en el tema que nos ocupa, Casado, ni siquiera es necesario llegar al análisis de su persona para concluir su incapacidad como líder del PP y como alternativa al sanchismo podemita.
No obstante, vuelvo a reiterar que la intención de Casado al negarse a una dimisión irrevocable, y el que Egea siga manteniendo el acta de diputado, puede ser la jugada sanchista de aquel que tiene aun esperanzas de que imputen a Ayuso antes del próximo congreso del PP para relevarlo. Pero el drama de la derecha no consiste en este dúo que la ha destrozado desde dentro, sino en la alternativa de reconstrucción. La única que podría rescatar al partido electoralmente no va a dar el paso; y al que todos piden que de el paso es la segunda parte del marianismo, fuente y causa de todos los males que han llevado al PP al abismo.
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