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Arriesgan su vida para contener y vencer al enemigo, salvando hasta el último hombre, como recrearía Mel Gibson en la batalla de Okinawa de la IIGMLa guerra mundial contra la pandemia del coronavirus nos está dejando comportamientos heroicos. Los ejemplares y abnegados sanitarios, que ocupan la primera línea de defensa de la sociedad, están recibiendo constantes muestras de agradecimiento y apoyo; cada tarde, desde la retaguardia, se les brinda cerrados ... aplausos al son del himno nacional, que elevan la moral de victoria.
Es el mejor antídoto contra el confinamiento y los inquietantes partes de guerra que recibimos constantemente del frente de batalla, que se libra en cualquier trinchera del planeta. Arriesgan su vida para contener y vencer al enemigo, salvando hasta el último hombre, como recrearía Mel Gibson en la batalla de Okinawa de la II GM. Representan al pelotón de Spengler que, para salvar a una civilización, sacrifican su vida al servicio de los demás. Desde que las autoridades dieran el toque de queda del estado de alarma, hemos sido llamados a filas todos los reemplazos de ciudadanos, a los que nos corresponde la responsabilidad de resistir y aguantar confinados. En cada puesto de combate, la infantería exhibe su ardor guerrero con un parón activo. El principal enemigo somos nosotros mismos, porque como denunciara Pascal: «el problema del hombre moderno es que no sabe estar solo en su habitación». Se ha hecho realidad aquel memorable discurso de Winston Churchill ante el Parlamento inglés (que nadie intente encontrar similitudes con los actuales gobernantes), ocho meses después del comienzo de la segunda contienda mundial: «No tengo nada que ofrecer sino sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor». Mientras los servicios de información e inteligencia trabajan a marchas forzadas para conseguir un antídoto ('detente virus') para vencer al enemigo, Amancio Ortega, en un gesto de solidaridad, dona 300.000 mascarillas quirúrgicas para los necesitados; aunque siempre habrá algún miserable que le critique como cuando regaló las maquinas para prevenir el cáncer. Y es que tenemos al enemigo infiltrado en la misma cadena de mando, que dificulta la unidad, boicoteando una pronta victoria. Contamos con demasiados Chamberlain desleales para con la Nación; prófugos por delitos de sedición, como la independentista Clara Ponsatí, cuyas ensoñaciones le llevan a hacer la guerra por su cuenta, con infamias como: 'De Madrid al cielo'; este virus también acabará eliminándolos políticamente.
El estado de alarma -todavía no se contempla el de excepción o de sitio- limita lógicamente la libertad de circulación y reunión, para neutralizar al COVID-19: en la guerra como en la guerra. La táctica militar pasa por no dar tregua al enemigo, y la estrategia por evitar su expansión. En todas las contiendas se experimentan nuevos avances tecnológicos, y ahora se apunta al teletrabajo. En la región militar de Jaén se ha producido un cierto alzamiento ciudadano. Si la Iglesia es un hospital de campaña, como explica el Papa Francisco, no se entiende que se supriman los 'servicios mínimos' de asistencia a la santa Misa, y se corte por lo sano, sin contemplaciones y sin admitir las cautelas previstas. Resulta que en el Congreso de los Diputados se pueden celebrar sesiones de control al Gobierno, protegiéndose del contagio, pero aquí se es más papista que el papa. Ni siquiera el Gobierno social-comunista ha prohibido que los pastores puedan oler a oveja cerrando el aprisco. Con esta drástica medida se ha impuesto una cartilla de racionamiento para recibir al Señor; como si el peligro de contagio no fuera más elevado al acudir a comprar el también necesario alimento corporal a Mercadona (acaba de subir de forma ejemplar el 20% del sueldo a sus empleados en vez de presentar un ERTE), o al trasladarse a trabajar. San Carlos Borromeo (1538-1584) permaneció en Milán cuando se declaró una peste y no privó de los sacramentos a los ciudadanos. La Corona también se ha visto afectada gravemente por el coronavirus.
El rey Felipe VI ha tenido que renunciar a la herencia y desvincularse de su padre, el rey emérito Juan Carlos I, como éste hizo con don Juan. Resulta lamentable que quien fuera uno de los artífices de la Transición, pase a la historia por su contumaz mal ejemplo; no ha sido capaz de enmendarse del inmemorial y pegajoso triángulo de la corrupción: bragueta, bolsillo y estómago. Para ganar esta batalla no queda más remedio que contar con Fray Ejemplo, que es el mejor predicador.
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