Estado del malestar
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Puerta Real ·
Hoy la gente no habla, la gente se pega, como pertenecientes a una camorra que odia al vecinoEste país hace ya varios años que dejó de ser, una nación optimista inmersa en el estado del bienestar, para convertirse en el del malestar. Los españoles, al día de hoy, nos dividimos en cabreados crónicos y los mala leche agudos. Ese ha sido el ... gran triunfo de la clase política en el último decenio: Transmitir todo su odio a la sociedad en general, de tal forma que el espectáculo bochornoso de falta de respeto, educación y urbanidad que se aprecia en las sesiones del Congreso ya está instalado en los ciudadanos, que estamos perdiendo nuestra capacidad de análisis, convirtiéndonos en masa borreguil acéfala, que lejos de reflexionar o dialogar, echamos por el camino más corto del enfrentamiento fratricida, el insulto y la violencia.
Hoy la gente no habla, la gente se pega, como pertenecientes a una camorra que odia al vecino. Ese que te encuentras en el portal cogiendo el ascensor, y al dirigirle los buenos días, vuelve la cara despectivamente girando el cuello nada más, te echa un vistazo de arriba abajo y te espeta: «¡Buenos días de qué!» Y se queda tan pancho. Tal es el grado de crispación que los políticos han conseguido inocularnos con su despreciable comportamiento. Y nadie está viendo, que esto nos conduce al caos y a la deflagración de las ideas en beneficio de las armas.
Como ciudadanos simples, nuestras armas son las papeletas que cada cuatro años –aproximadamente– depositamos en unas urnas, y que poco antes de la media noche dan como resultado los nombres de aquellos que nos van a representar en el ejercicio de la política, y que a partir de ese momento, como es fácil constatar en los últimos cuarenta años, se olvidan de nosotros para obtener cotas de poder y beneficios que nada tienen que ver con los votantes.
Y claro, al comprobar el desastre de la desconexión existente entre nuestros representantes y los representados, algunos ciudadanos se han inventado una reacción, cuyo remedio es mucho peor que la enfermedad. Se trata del llamado voto de castigo, que consiste en votar como si de un efecto pendular se tratara y otorgarle tu confianza al partido contrario, ese que siempre juraste que jamás votarías. Con lo cual, creas en la Cámara una falsa representación de lo que piensa la calle, y lo que es peor, de lo que tú mismo piensas, pero que llevado por la frustración te has dejado guiar por el impulso primigenio, y has armado un cisco, contrario, incluso a tus propias ideas y deseos.
La experiencia nos dice que el voto de castigo nos lleva a una legislatura frustrante en la que el receptor de esos votos inmerecidos se crece creyéndose el rey del mambo, atreviéndose incluso a presentar mociones de censura a sabiendas de que no van a tener recorrido alguno, pero se aseguran minutos de televisión, para seguir alimentando a un sector de la sociedad, que no resistiría el menor análisis clínico psiquiátrico, ya que se definen como franquistas, y por razones de edad ni lo conocieron. Ya nacieron huérfanos de ideología, y así nos va.
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