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Arte y valor en los torosOcurrió en un colegio de Dublín. Al comenzar el curso, uno de los profesores fue preguntando a los pequeños dónde y cómo habían pasado las ... vacaciones. Mi nieto le respondió que había estado en España, en un campamento de scouts, y también en casa de sus abuelos. El 'profe' quiso averiguar más cosas y se interesó por cómo pasaba el tiempo su abuelo y, sin dudarlo, el niño le dijo que a mí me gustaba «ver matar toros mientras comía galletas de coco». Bueno, ésta es la traducción, porque el crío le contestó en gaélico, ya que también allí, donde se hablaba y se habla el inglés más perfecto, está fructificando el resurgir céltico y a los peques se les obliga a aprender un idioma, que irán olvidando en cuando se incorporen a la vida adulta.
Pero voy a lo de los toros. Recuerdo que era un sábado por la tarde. Hacía un calor endiablado y las chicharras no paraban de sonar. Mientras tomaba café, busqué en la tele algo para amortiguar el aburrimiento y di con la retransmisión de una novillada en Canal Sur. En la mesa había un paquete de galletas. Cogí una. Entonces apareció mi nieto, que no le gusta dormir la siesta, y se sentó a mi lado. Estuvo un rato viendo la faena. Le expliqué de qué iba aquello y cuando el utrero dio un revolcón al novillero se marchó. Recuerdo que por la noche me preguntó si habían ganado los toreros o los toros y pareció que le alegraba que hubieran ganado los humanos. Meses después el padre de la criatura me contó cómo su hijo me había definido ante su maestro y sus compañeros. Me hizo sentir, por un momento, como un sádico de libro.
El lunes pasado disfruté oyendo a José Luis Martínez-Dueñas Espejo su pasión taurina, en la recepción pública como supernumerario de la Academia de Buenas Letras de Granada. En su discurso, apasionado y muy documentado, fue desgranando sus recuerdos y sus lecturas sobre este siempre polémico asunto. Entonces volví a recordar la anécdota que acabo de narrar en la que quedaba retratado como un ser impasible y desalmado. He vuelto a hablar con el peque y me ha confirmado que en aquello que contó no había ningún ánimo de censura sino todo lo contrario. Me pidió que cuando venga a Granada lo lleve «a ver los toros… y que ganen los toreros». Así pues, ya me veo buscando un par de incómodos asientos en cualquier plaza portátil, o yéndome con él a Linares. Aprovecharé para contarle lo de Manolete e Islero, para que sepa que, a veces, el arte y el valor también sucumben frente a la embestida irracional del astado.
Seguro que lo entiende antes y mejor que ese ministro fabricado en la factoría Disney, que ha suprimido el premio nacional de Tauromaquia porque le ha salido de sus mismísimos. Por cierto que este sujeto, economista y diplomático según su biografía oficial, es el mismo que calificó como 'colonial' el legado artístico de los íberos. Si sabemos que los cerebros que nacen con vocación de ignorancia son muy difíciles de regar, qué podemos esperar de un individuo que intenta hacerle sombra a Oscar Puente, también conocido como 'el tuitero empecinado'. Si este es su concepto de convivencia y progreso, mala senda ha enfilado.
Pero allá ellos. Mayo, en Granada, es un mes de bullicio y jarana desde las Cruces al Corpus. Ya están engrasados los ejes de la carreta que lleva el Simpecado hacia la aldea de El Rocío. Esta mañana veremos la salida de las carretas… y habrá toros en el Corpus. Que lo disfruten.
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