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Lo de Jerez no debería repetirse jamás. Me gustaría decírselo cara a cara a la señora consejera de Educación, pues el caso le afecta directamente por razón del cargo. Ni siquiera debería repetirse el modo de difundir la noticia, que presentaba al adolescente como uno ... de esos niños made in USA, atiborrados de hamburguesas y películas violentas, que buscan enloquecidos su minuto de gloria. Supimos de inmediato las consecuencias del ataque: tres profesores y dos niños heridos. Pero se obviaron las causas, cuando el meollo del asunto está ahí, en las causas. Porque no es un niño agresor, es un niño agredido. Un niño al que sus compañeros le han ido amargando día a día su existencia hasta hacerle desear su propia muerte. Esto del acoso escolar es la asignatura pendiente más importante en nuestros colegios, escuelas e institutos. Hay muchos más casos de 'bullying' de los que salen a la luz y créanme que sé de lo que hablo. Es cierto que el menor atacó con dos cuchillos, pero tan cierto como eso es que un grupo de cabroncetes llevaba tiempo haciéndole la vida imposible con sus risas, sus desprecios y sus gamberradas. Esto no se puede consentir. Profesores y maestros tienen que ponerse las pilas porque están trabajando con un material altamente sensible y delicado en el que cualquier error, por acción u omisión, puede tener consecuencias irreparables. Ahí anida el meollo de la cuestión. ¿Están realmente concienciados todos los maestros y todos los padres y madres con el problema del puñetero acoso escolar?
¿Es de recibo leer que políticos y profesores están buscando respuestas al desgraciado suceso del instituto de Jerez, cuando es archisabido que el acoso conduce en la inmensa mayoría de los casos a situaciones insostenibles? ¿Acierta Patricia del Pozo, consejera de Educación, cuando dice que «no había ningún protocolo abierto, ni este chico tenía ningún antecedente conflictivo, no había absolutamente nada»? ¿Nada, señora consejera? ¿Cuántos hostigamientos más tendrán que sufrir en los patios de los colegios esos niños tímidos, enclenques, introvertidos, o con dificultades para la interacción social, mientras sus cuidadores están mirando a palomo? Habrá muchos más todavía. No hay que hacerse ilusiones o mirar para otro lado. Porque esta asignatura pendiente la tienen los profesores, no los niños. Y son ellos, los maestros, los que tienen que aprobarla.
Como desconozco los protocolos legales, no voy a criticar que el adolescente haya pasado a disposición de la Fiscalía de Menores ni que tuviera que estar toda la tarde en calidad de detenido o arrestado en comisaría, pero sí puedo opinar que me parece una decisión desacertada. Este chaval lo que necesita es estar con sus padres. Necesita sentir la cercanía del cariño, del afecto. Necesita que, cuanto antes, esos médicos del alma que son los psicólogos le ayuden a superar el trauma de sus desdichas.
No voy a contar cómo eran aquellas escuelas rurales de los años cincuenta, en las que el maestro tenía que desasnar a sesenta niños o más, muchas veces con la palabra y algunas otras ayudado por una vara de mimbre. Solo diré que, hasta donde me alcanza la memoria, nos enseñaron a respetarlos y a respetarnos, a infundirnos la pasión por aprender y cuestionar, y que no se dio ningún caso grave o menos grave de acoso. No pretendo, en absoluto, contraponer modelos docentes porque cada uno es hijo de su tiempo. Por ello siempre he mostrado mi afecto por don Celso y por los maestros que lo reemplazaron. Tenían verdadera vocación por la enseñanza y la vivían con el fervor del misionero. Quizás el de mi pueblo pueda considerarse como una raya en el agua, pero así fue. Incluso nos inculcaron el respeto hacia los animales, sobre todo a los perros. Lo teníamos fácil, porque casi todos eran perdigueros –de los perdigueros de Burgos–, ideales para la caza y de trato afable, no como los dóberman del Pisuerga, que ladran hasta en el Congreso y ahora, con la ley que acaba de entrar en vigor, ni se les puede dejar atados a la puerta del súper.
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