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Nunca llueve a gusto de todos, pero hasta la hora en que escribo esta columna puedo decir que el agua caída en Granada ha sido más beneficiosa que perjudicial. En esta gozosa vuelta de la lluvia en primavera, ganador ha sido el ganadero y perdedor ... el hostelero. A los del campo les ha tocado el gordo del Euromillón del agua, que está muy repartido. La euforia se siente por doquier y yo me alegro, porque ya empezábamos a asumir como inmediato ese extraño terror 'lovecraftiano' de soles inclementes, grifos secos y huertos regados con aguas más o menos recicladas.
El rostro agradecido del agricultor mirando al cielo se compadece con el contrariado semblante de los chefs, hospederos, bármanes, cantineros y camareros, que ya habían cuadrado sus cuentas y tenían reservadas casi al completo las camas de sus hoteles, animados por el engañoso verano que a mediados de mes se metió de cuña en el calendario. Se frotaban las manos con el llenazo previsto de los candidatos a pieles rojas venidos de dentro y fuera de Andalucía, vestidos de verano y tumbados en la arena. Al parecer, ni huéspedes ni mesoneros hicieron suficientes ofrendas o sacrificios en el altar del gran anticiclón de las Azores –esa barrera de aire que nos permite disfrutar del sol y de los días azules machadianos– y éste, enojado, cedió su sitio a la borrasca Nelson, que se ha paseado a placer por la Península, regando pegujales, hazas y besanas, llenando los pantanos y metiendo sangre limpia y blanca en veneros y hontanares.
En la otra cara de esta medalla de agua y oro se puede ver el desencanto de los cofrades ante el rigor de un cielo sordo y amenazante que incluso hoy, domingo de la Pascua grande, anuncia chaparrones. Las lágrimas de los facundillos se fundirán también con la lluvia formando arroyo con el desencanto. Un revés más, no por esperado menos frustrante. Así termina marzo, el mes al que los burócratas de Europa siguen robándole una hora todos los años con nocturnidad. Diría que también con alevosía, porque actúan sin riesgo en este tocamiento sigiloso y gratuito de manecillas del reloj, con el consiguiente cabreo de las vacas al sentir que les manosean las ubres antes de lo habitual.
Al hacer balance de las precipitaciones y sus beneficios, sería de agradecer que quienes se sientan contrariados den gracias al cielo generoso, que ha venido a amortiguar la angustia de un nuevo verano achicharrante, con el agua potable tasada, medida y casi tan ajustada en precio como el aceite de oliva virgen extra.
Me hubiera gustado aportar y apostar algo sobre el anunciado regreso de Rubiales desde Punta Cana. Pero ya no hay tiempo para reflexiones de esta índole, porque se oye de nuevo el ruido político y mediático, más ensordecedor que los tambores de Calanda. Se intuye que ya se están desenvainando las espadas y los dedos acusadores hacen ejercicio de puntería. Los parlamentarios preparan sus chuletas de papel para rebatir al contrario y ensayan ante el espejo gestos y gracietas. Se inicia un nuevo acto en el Congreso de los Diputados, que la zafiedad rampante está convirtiendo en corral de comedias, con macarras lenguaraces, señorías con menos altura que el taburete de ordeñar, polichinelas de cabeza huera y aplauso dócil y una presidencia manifiestamente mejorable. Se palpa un evidente deterioro democrático, pero es lo que hay: lo que el pueblo y el césar han querido. Permanezcan atentos a sus pantallas.
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