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El cobre de las hojas en las viñas, la castañera en la Acera del Casino, el cambio de hora esta madrugada y los disfraces de Halloween en los colegios nos avisan de que, ahora sí, ya estamos en otoño. Todo esto nos empuja a visitar ... los cementerios porque se echa encima la fiesta de 'Tosantos' con el recuerdo a los ausentes. En las vísperas de todos los noviembres los deudos de los difuntos se afanan en limpiar lápidas y colocar crisantemos junto al nicho. Al regresar a casa, puede que abran el álbum de las fotos donde se mantienen congelados instantes imborrables de fiestas, bodas, bautizos, comuniones o de aquellas primeras vacaciones en la playa. Ese repaso activa la moviola de empatía con los que se fueron, con la huella de sus andares y decires, con el recuerdo de su duro bregar, o con la estela de su honradez y bonhomía. Otras veces ese repaso al pasado no necesita de álbumes ni fotos. Es nuestra mente la que, sorteando ese viento desapacible del presente, nos acerca al camposanto virtual donde descansan ilusiones, fantasías y sueños juveniles que se perdieron en callejones del lado oscuro. Sin darnos cuenta, la merma de luz nos lleva por esas sendas olvidadas que recorren las cicatrices de la melancolía.
Aún se mantienen en algunos pueblos cuadrillas de rondadores nocturnos que entonan canciones por las ánimas benditas del purgatorio, pero esta imagen de salmos, esquilones, guitarras, cielos encapotados, camposantos y tristura va de retirada. Se impone con todo el ímpetu de lo novedoso la fiesta de Halloween. Ha asaltado casas, calles, plazuelas, colegios, discotecas y hasta los hogares del pensionista. Las aceras se llenan de esqueletos, velas, murciélagos, brujas, monstruos y fantasmas. Los niños han aprendido rápidamente a vaciar calabazas y meter dentro una vela, o a disfrazarse de vampiros, draculines o muertos vivientes. La fiesta, con orígenes celtas, que se celebra en Irlanda y Escocia desde hace siglos, fue llevada por los emigrantes de estas nacionalidades hasta los Estados Unidos. Desde allí nos ha llegado de rebote, igual que nos vinieron los pantalones vaqueros, o la leche en polvo y el queso que repartían en las escuelas. La leche y el queso duraron lo justo, pero Halloween va a ser como los 'jeans', que ya forman parte de nuestra piel. Nos acompañarán hasta el Valle de Josafat, donde según el profeta Joel se celebrará el juicio final. Aunque eso será, supongo, en caso de que quede algo en pie para entonces en aquella atormentada tierra.
Nos gustan mucho las novelerías y este carnaval de otoño 'made in USA', que apenas tiene ya nada que ver con los difuntos, viene como pedrada en ojo de boticario para que jóvenes y menos jóvenes se den un homenaje simplón disfrazándose de Hannibal Lecter, Ghostface, Chucky, Samara Morgan o Freddy Krueger. Pero que a nadie se le ocurra ponerse el traje de Frankenstein porque la patente se la dio Rubalcaba a Sánchez y este lo conserva como la prenda más preciada de su poder. Lo que ha sorprendido mucho es que Feijóo haya querido formar pareja cómica con Puigdemont en la juerga del 'truco o trato'. Antes, cuando te encontrabas en una escalera con un gallego, nunca sabías si subía o bajaba; ahora en el PP no saben si va o viene y tiene a la peña ojiplática perdida. Aún no se han dado cuenta de que Feijóo no necesita disfraz alguno: le sirve el que lleva puesto a diario.
En fin, que estos días veremos a padres orgullosos de las máscaras y vestimentas de sus hijos, y otros que se irán escondiendo por las esquinas avergonzados por tanta estupidez. El mimetismo simplón de este carnaval otoñal, que aprovecha el culto a los muertos para correrse una juerga, podría ser la unidad de medida que calibre el desgaste cerebral producido por las redes sociales, que –mira por dónde– también vinieron de Estados Unidos.
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