Desde el viernes abro ilusionado el buzón, esperando encontrarme los programas de los partidos y formaciones políticas que se presentan para la alcaldía granadina. Al meter la llave veo la imagen de Julio Anguita anunciando «programa, programa, programa». Son catorce días de un sinvivir mientras ... llega la hora suprema del voto. Los programas electorales son un conglomerado de fantasía, entelequias, alucinaciones, ensueños, espejismos, utopías, terror y misterio –escritos en su inmensa mayoría con una sintaxis francamente mejorable–, que forman un apéndice cutre del realismo mágico. Me subyugan estas cosas, qué le voy a hacer. Todos apuntan que quieren «hacer realidad la Granada de tus sueños», o algo así. ¡Manda huevos! Ahí es nada hacer doscientas y pico mil Granadas diferentes, como diferentes son los sueños de quienes en esta misteriosa ciudad habitamos. Lo mejor de esta literatura pedestre y mágica es que son relatos que no acaban. El final lo escriben los votantes y ahí es donde radica la trascendencia esencial de este esfuerzo por captar el interés de gente desmotivada. La meta para Granada capital está, como en las quinielas, en los catorce. Catorce concejales son mayoría absoluta, lo que conlleva descorche de cava en la noche del domingo y cuatro años de sillones en la plaza del Carmen. Si el partido ganador tiene que negociar con otra formación más o menos afín, viene el 'mix' y el compadreo: una mezcla de alambique entre promesas y proyectos de partidos diferentes. El mejunje tiene el riesgo de derivar en borrachera de soberbia, como ocurrió en la legislatura pasada cuando el cabeza de lista del agónico Ciudadanos no respetó lo pactado y aquello terminó como el rosario de la aurora. Mezclar, sean gin-tonics o programas, no es bueno. Por más fuerza de voluntad que uno le ponga, siempre termina con dolor de cabeza. En fin, salga lo que salga esa noche, el lunes programas ganadores y perdedores serán papel mojado y se impondrá la prosaica realidad del desengaño.
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Me arrepiento de haber tirado a la papelera las promesas de otros años, fiado sólo a la memoria para revisar promesas incumplidas, majaderías o planes que elección tras elección pasan del papel a la nada. Así que, antes de que se me olvide, me gustaría pedir a quienes prometen renaturalizar el Genil que incluyan en el programa el presupuesto y desglose de las obras, con el coste aproximado. Más que nada por ver a cuánto tocamos. A la candidata del PP, Marifrán, que quiere «hacer una ciudad para vivir», más verde y con menos ruido, le recuerdo que tiene que explicarnos por qué se muestra contraria a abrir el parking que hay bajo el Camino de Ronda. Esa mixtura que nos promete de verde ecologista y calles en silencio suena a música celestial, pero hacerlo realidad tiene tela. A Paco Cuenca lo veo haciendo malabarismos para que se olvide la bofetada que le dio Calviño después de que su jefe Sánchez le prometiera que tendría la Inteligencia Artificial. La verdad es que, tras leer a varios expertos alertándonos de que vamos hacia el abismo con ese endemoniado invento, casi mejor que lo toreen los coruñeses y que Paco siga con sus cierres dominicales de la Gran Vía y cosas de esas. Le conviene que estos días no aparezca por aquí su jefe, porque está demostrado que por donde va los votos menguan a la misma velocidad que aumentan sus promesas.
Aunque hoy haya aflorado con más fuerza mi arraigado escepticismo, soy de los que votan y el domingo 28 iré a votar. Además va a llover y merecerá la pena sacar el paraguas
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