En una ciudad tan cansada de peleas estériles, de promesas incumplidas, de proyectos sin fecha y desaires frecuentes, al fin se ha logrado reunir a las distintas fuerzas políticas en un proyecto común: plantar una encina. Lo hicieron el otro día los aspirantes a la ... alcaldía de la capital. Con Miguel Ríos regándola, el acto hubiera quedado soberbio, pero no pudo ser. Nadie ni nada es perfecto. Y como somos tan 'asín', no faltará quien cuestione si no hubiera sido preferible plantar un olivo, el árbol de Atenea, la diosa de ojos de lechuza, tan unido a la cultura mediterránea. Otros probablemente opinarán que un granado habría sido lo ideal, aunque ya tenemos uno en Puerta Real. Digamos que la opción de la encina parece acertada. Es la especie forestal que más terreno ocupa en España y solo por eso ya lleva una carga simbólica de unidad necesaria para amansar el gallinero secesionista. Es más: con estos veranos de calor inclemente, los encinares están sufriendo un excesivo estrés hidrológico y todo lo que se haga por evitar su ruina será bienvenido. Asusta pensar que nos quedemos sin bellotas. Sería una tragedia. Sin ellas no hay marranos patanegra y sin estos los jamones ibéricos con muchas jotas pasarían al mundo de las sombras, a la lista de maravillas desaparecidas como los jardines colgantes de Babilonia. Pero, a lo que vamos: ya tenemos esa encina, que entre todos la plantaron y ella sola allí quedó. No sabemos si, después de la foto, acordaron fijar una fecha para regarla estos días de verano adelantado, o si se acercarán algún domingo para cantarle las mañanitas; ni tampoco sabemos si vigilarán para que no la dañen animales sueltos, incluidos los racionales. Ahora mismo desconozco si la encina está incluida en el listado de los seres sintientes que ha redactado Belarra, o si puede considerarse adecuada a derecho esta adopción multiparental del árbol que han hecho los alcaldables. Tampoco sé si en su acarreo y trasplante se siguió el protocolo previsto para evitar cualquier quebranto o pena que pudiera incidir en su futuro desarrollo. En realidad solo sé que ya tiene 15 años, que está plantada en la Lancha del Genil y que será un talismán para concienciar sobre el cambio climático. Es probable que los colegios organicen excursiones a fin de despertar entre los escolares el espíritu ecologista. O que el equipo de gobierno municipal que salga de las urnas en mayo convoque un premio de poesía que sirva a las nuevas generaciones para seguir glosando las cenicientas encinas de Antonio Machado, Ida Vitale y Leopoldo Panero.
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Esa foto de Paco Cuenca, Marifrán Carazo, Elisa Cabrerizo, Francisco Puentedura, Beatriz Sánchez y Concha Insúa, empuñando con escasa maña las palas para echar tierra en el hoyo de la encina, marcará el día en que, por fin, algo se hizo realidad en Granada, después de mucho tiempo oyendo promesas de futuro, que no pasaban de una rueda de prensa, una foto de familia o, como mucho, una primera piedra. Ha sido un parto de los montes, un resplandor fugaz, una quimera. Y si nos quedamos ahí, mal vamos. De la Inteligencia Artificial, mejor ni hablamos. Ahora, con las elecciones en puertas, volverán a pintarnos de verde esperanza la ciudad y sacarán del cajón viejos proyectos por si quedara por ahí algún crédulo despistado. Pero con fecha concreta sólo tenemos los Goya para 2025. Bueno, parece que a Marifrán se le ha curado la sordera y ya oye voces pidiendo que se abra el parking de Camino de Ronda entre Méndez Núñez y
Recogidas. Conociendo su anterior postura, no sé si calificarlo de milagro.
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