Vuelven las tormentas de finales de agosto que anuncian el adiós del verano. Vamos apurando los días, de suyo rutinarios y a veces sorprendentes, que traen memoria de las gotas frías que se tragaron vidas y haciendas. Y como contrapunto regresa también el arrebol de ... los atardeceres para pintar las nubes con pinceladas de oro y escarlata. ¿Estará en su refugio veraniego Rodríguez Zapatero contemplando los celajes y nimbos, sentado en su hamaca, como dijo? ¿Seguirá en Venezuela ultimando los últimos detalles del más burdo pufo electoral que se recuerda? ¿Nos dirá el monto de sus emolumentos por su labor en aquella dolorosa tierra caliente? ¿Contará alguna vez la verdad de quién es él y a qué dedica el tiempo libre? Vivimos tiempos de falsías y quebranto de promesas, asistimos al acabamiento de una sociedad y un sistema político que no quiere enterarse de que la historia se repite. Perdón, rectifico: sí saben que la historia se repite. Primero como tragedia y luego como farsa. Y a los que ahora mandan les gusta la farsa, el sainete y el enredo. ¿Cómo, si no, explicarse ese fabuloso y desternillante informe de los Mozos de Escuadra, con el que certifican su ineptitud y torpeza para dar con Puigdemont mientras, radiante y jaranero, paseaba su melena por Barcelona? La hilaridad que provoca este escrito merece figurar en lugar preferente en cualquiera de las antologías de disparates que se publiquen desde ahora en este país de cachondeo.
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Tenemos pan, tenemos circo, ha comenzado la Liga y llega la Vuelta a España. ¿Hay quién dé más? Y con este magnífico panorama, ¿cómo desperdiciar esta última semana pidiendo al jefe Sánchez que nos informe de todas las tortuosas negociaciones que lleva a cabo, negociando a cencerros tapados la 'singularidad catalana', para mantenerse en el poder? Estaría feo que alguna de sus ovejas se saliera del rebaño para decir «hasta aquí llegó la riada» y le plantara cara. Puede ser que Emiliano García-Page lo diga, o lo haya dicho. Pero ya se encargó él de concederle al toledano la merced de la disidencia, con el toque burlón de que hace gala, cuando los dardos sólo le tocan la piel, a veces fina y otras de elefante. No le demos más vueltas: ¿por qué vamos a quejarnos de que la vicepresidenta Montero nos trate como a párvulos de guardería, cuando informa del embrollo que han formado con los de Esquerra, si nos da tema para carcajearnos bajo la sombrilla? Estamos en la farsa y hay que estrujarla todo lo posible.
Lo chungo en todo este totum revolutum que nos llega es ese aviso o advertencia de que en Moncloa y sus aledaños hay un creciente interés por resucitar la censura. Parece que vivaquea un tropel de inquisidores que, aturdidos por los comentarios en prensa y redes, amenazan con penalizar los sentimientos... y ahí entramos en un terreno muy resbaladizo, donde no falta el fango. Bueno será, aunque ellos no lo lean, recordarles los versos de Quevedo en los que advierte: «No he de callar, por más que con el dedo, / ya tocando la boca o ya la frente, / silencio avises o amenaces miedo. / ¿No ha de haber un espíritu valiente? / ¿Siempre se ha de sentir lo que se dice? / ¿Nunca se ha de decir lo que se siente?» Creíamos ya pasados los días negros de inquisición y de censura, pero parece que no todos los que mandan están por la labor. Y no hay peor amo que aquel a quien guía el miedo a la libertad. Hasta que las Moiras me corten el hilo de la vida, me gustaría seguir viviendo en un país donde la libertad de expresión es respetada. Y a ver si pasa la tormenta.
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