Con retraso, como el AVE, llega por fin la lluvia. Se diría que viene a despedirse, que es un hola y adiós, porque videntes y cabañuelistas de la tribu aseguran que el cambio climático ha descompuesto el reloj encargado de dar paso a los aguaceros ... de octubre. Hace años el responsable del estropicio era el agujero de la capa de ozono, pero aquello se arregló con un zurcido a tiempo. Tan 'espercojá' quedó la estratosfera tras el remiendo que hasta Zapatero soñó con dedicarse a contar nubes. Aquello ya es historia para escépticos. Lo que mola ahora es el calentamiento global. La ONU tiene previsto celebrar una conferencia –otra más– sobre este fenómeno a finales de noviembre y primeros de diciembre en los Emiratos Árabes Unidos, pero parece que no soplan vientos propicios en estos lugares para tales eventos.

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Nos llega la anhelada borrasca, que según las previsiones cuando escribo esta columna podría chafar la inusual procesión otoñal de Pasión en Granada, donde todo es posible. Esta agua es una bendición para quien espera que empape sus marjales, pero para el urbanita es una bendición maldita, un regalo que estorba, un engorro. Acostumbrado a pisar el engrudo pegajoso del pipí canino, ahora se moja los zapatos con la pringue que mana entre losetas. Vuelve la lluvia que limpia el aire y aleja el espectro de la pertinaz sequía. Llueve y hasta cambia el aroma del primer café del día. Llueve y Marifrán ve otra vez que el cielo viene en su ayuda para cumplir la promesa de limpiar las calles. Con la lluvia brota la flor de la tristeza en las almas sensibles, que siempre tienen un cuaderno a mano para anotar un verso, revivir el amor en los rincones o escribir recuerdos. Siempre será bienvenida esta lluvia tranquila, que asegura sementeras de invierno, que rellena veneros y hontanares, que amamanta torrenteras para aliviar la sed de los pantanos. Viene la lluvia y nos acerca a Pepe G. Ladrón de Guevara: «porque sólo lloviendo me conozco, / donde el cielo acristala su techumbre / y escarcha el corazón de la memoria».

Y ahora que empiezo a conocerme, esperando la lluvia, me he puesto las gafas de don Ramón de Campoamor para ver mejor qué está pasando, porque hay cosas que no me cuadran. Llevo días oyendo a los palmeros del presidente en funciones dándole un 'sobresaliente cum laude' a la 'cumbre' de Granada, mientras gran parte de la prensa europea asegura que lindó con el fracaso, ya que ni hubo acuerdo sobre migración, ni tampoco sobre las nuevas adhesiones a la UE. Para mí que ambas cosas son ciertas, ya que, como decía don Ramón el de las gafas, «en este mundo traidor / nada hay verdad ni mentira: / todo es según el color / del cristal con que se mira». Va a resultar que mis espejuelos tienen los cristales oscuros tirando a negro. No es mi culpa. En ocasiones anteriores he confesado haber buscado en muchas ópticas gafas para el optimismo y no las tienen. También me aseguran que será muy difícil encontrarlas en Amazon. Preguntaré a los cobistas que, alborotados como los gansos del Capitolio, afirman con supina ignorancia que nuestra ciudad era desconocida para muchos de los asistentes. Quizás se refieran al albanés de las zapatillas blancas, pero ¿los demás? A ver si va a ser mentira que los viajeros románticos pusieron a Granada de moda en todo el mundo. Vale que me digan que ha supuesto un nuevo impulso, que redundará en beneficio de la hostelería de la ciudad, pero de ahí a lo de ciudad desconocida… En fin, que también me dicen los que de esto saben que hubo cierta tensión –o diferencias de criterio, si quieren llamarlo así– acerca de si correspondía al Rey o a Sánchez recibir en la Alhambra a los mandatarios europeos. Al final fueron Pedro y Begoña quienes dieron la bienvenida. Y a los Reyes les tocó saludarlos más tarde. No parece muy correcto. También está lo del regalo del vino de Jerez, pero eso es otra historia.

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