Granada en Corpus huele a juncia y mastranzo. O a pachuli y sudor, esa mezcla letal que algunos llamar olor de multitudes. También se percibe el perfume dulzón del azahar en las calles donde hacen guardia en posición de firmes los naranjos. Por la tarde, ... en La Monumental de Frascuelo, los toreros destapan el tarro de sus esencias en faenas para el recuerdo. La Fiesta Mayor de Granada guarda en la memoria infantil esa sensación singular de olores y fragancias, donde también cabe el turrón, el algodón en rama y las 'perdices asás', que alegraban las tardes de feria en el Salón, entre barquilleros y cacharritos. Sí, Granada muestra aromas sutiles, calles con embrujo, fuentes y pilares donde el agua murmura sus misterios, y luces singulares en atardeceres que embelesan a todo el que tiene la fortuna de estar aquí para contarlo. Pero detrás de este cuento oriental de sedas y oropeles están esas otras calles de la ciudad donde vivimos y por donde no pasan las procesiones. Este jueves en que la juncia y el mastranzo alfombraban las calles del centro al paso de la Custodia, en el Camino de Ronda y calles adyacentes se percibía un intenso olor a establo, a materia orgánica en descomposición, a pura inmundicia. Vamos, que olía tan mal como la vergonzosa ley de amnistía que se aprobaba a esas horas en el Congreso.
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Me parece bien que Marifrán escriba cartas a los ministros que padecemos quejándose de la falta de trenes, de la escasez de vuelos, del cachondeo con el corredor mediterráneo, de la distribución de los fondos 'Next Generation' y toda esa larga lista de desprecios y agravios que padece Granada, pero conociendo a los destinatarios, esperar que contesten es de primos. Esta contrariedad se puede arreglar en las urnas –si nos dejan–, pero lo de la limpieza va implícito en los deberes que se echa encima quien coge el bastón de mando de la ciudad. Acabar con la suciedad, los ruidos, las pintadas, los gritos de madrugada, los destrozos del mobiliario urbano y la inseguridad de la noche es lo que debe quitarle el sueño. Luego, si queda tiempo, será el momento de pensar cómo llevar a cabo los fabulosos proyectos y planes que se van presentando un día sí y otro también ante la prensa, la radio y las televisiones locales, hostiles o sumisas. Lo primero es lo primero y no podemos pasar una semana más con la suela de los zapatos pegada en el engrudo apestoso que habita, como molesto okupa, en las aceras. Por supuesto que la culpa es de una ciudadanía incívica, que tira colillas, chicles y papeles, o rompe bancos y farolas. Y también de muchos –no todos– que sacan a sus mascotas para que viertan aguas mayores y menores. Pedir que bajen con cubo y cepillo para fregar el lugar donde el animalillo alivia su vejiga es de ilusos, si bien es cierto que algunos llevan una botellita cuyo contenido vierten sobre el pipí, pero no es suficiente.
No se esperan lluvias generosas y hay que baldear las calles. Para ello no valen esas ruidosas máquinas, que adquirió hace años un alcalde de cuyo nombre no quiero acordarme, y que sólo consiguen hacer una masa de fango marrón como el que Sánchez ve en su magín cuando se ve acorralado. Se necesita agua, de la que reciclan las EDAR Sur y Oeste, para acabar con esa pringue, con ese paraíso para bacterias y otros bichos.
Acaba la fiesta, vienen las urnas y se acerca el verano. Granada espera batir el récord de visitantes. Procuremos que encuentren una ciudad limpia y aseada. Y como tampoco hay que pasarse en gentileza y cortesía, la malafollá la serviremos gratis.
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