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Tras los violentos ataques de estos días por parte de agricultores gabachos a transportistas españoles, en los que nuestro gobierno ha hecho ímprobos esfuerzos para estar ausente, de repente veo en la tele al titular de Exteriores, Albares, probándose un traje diplomático de gala, y ... al de Agricultura, Planas, degustando un tomate 'made in Spain'. Hacía mucho tiempo que los franchutes no recibían tal desplante por parte del vecino del sur. Seguro que Ségolène Royal, forofa de las políticas de Zapatero y ex-ministra con Mitterrand, que osó calificar al tomate español de «incomible», se ha escondido avergonzada en la aldea rebelde de Astérix. Hay que reconocer que al gabinete de Sánchez se le acumula el trabajo. Tan atosigados están con los deberes que les pone Puigdemont que han de restar horas al sueño para atender el día a día. El contratiempo en las carreteras francesas y el desplante de Ségolène les ha vuelto a pillar con el pie cambiado, porque estaban 'engargaos' con la amnistía y las líneas rojas. Pero la guerra del tomate no ha hecho más que empezar. Se van a enterar estos franceses de hasta dónde llega la cólera hispana.
De niño me fascinaban los camiones. Sus conductores vestían una cazadoras de cuero, como los pilotos de 'Hazañas bélicas'. Venían de provincias lejanas, cargados de fruta, y volvían cargados de harina a ciudades cuya localización yo buscaba en el mapa de la escuela. Aquellos héroes de mi infancia han sido atacados estos días por gabachos enfurecidos, les han tirado su carga, les han volcado los camiones y han llegado a prender fuego a alguno de ellos. Meterse con un tráiler por las autovías francesas ha sido como entrar en la autopista al infierno. Nuestros transportistas se han tenido que valer por sí mismos para salir indemnes del entuerto. Después de ver los imágenes de estos virulentos ataques, sin oír durante días ni una palabra de condena por parte del gabinete de Sánchez, he decidido que en mi próxima reencarnación no me haré camionero, aunque tenga que renunciar al chaquetón de cuero.
Esto de que el Ejecutivo ande mirando a palomo más de la cuenta se ha hecho tan normal que ya hay quien se santigua cuando ve que alguno de sus miembros dedica parte de su tiempo a gestionar asuntos de su departamento. Por eso, ocurre que de repente se han dado cuenta de que también los agricultores españoles se preparan para hacer otra protesta en defensa del campo, pero –al menos hasta el momento en que esto escribo– ningún ministro ha alertado sobre las consecuencias del bloqueo de nuestras carreteras. Al mismo tiempo –y como quien no quiere la cosa– han venido a darse cuenta de que hace casi un mes que no llueve y, como no son muy dados a hacer rogativas, han comenzado por rebajar los litros que se pueden consumir por persona y día en las zonas más afectadas por la pertinaz sequía. Lo de las rogativas no es totalmente exacto. De hecho, la vicepresidenta Yolanda, que se confiesa fan de Santa Teresa de Jesús, no ha hecho rogativas, pero sí ha repetido viaje al Vaticano –esta vez vestida de luto, o de azabache– para charlar durante una hora con Bergoglio de las cosas que realmente importan, como el trabajo decente, la economía solidaria, la pobreza infantil, la crisis ambiental… y los pélets en las rías gallegas, que tienen a ambos en un sinvivir. No consta que hablaran de San Cecilio. Mi paisano Ruiz Quintano avisaba el otro día en ABC que «cuando los gorriones se revuelcan en la tierra, es que va a llover. Y cuando los 'progres' llaman a 'salvar la democracia', es que van a hacer una guerra». No saber cómo conjugar esto me pone de los nervios. Algunos nos ahogamos en un vaso de agua.
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