No pueden ganar todos pero, tras el recuento de votos, todos tendrán esta noche argumentos para explicar lo que les haya pasado. Y a partir de mañana cantaremos con Alberto Cortez que «hasta el día de hoy sólo fui lo que soy: aprendiz de Quijote». ... Siempre nos quedará el bar de la esquina para cribar los resultados en el harnero cínico que presta la ocasión, con una copa de vino en compañía. Porque no nos pueden quitar la ironía, que es el mejor antídoto contra la malafollá ambiental. Aunque eso será a partir de mañana. Hoy hay que votar, a pesar de la lluvia y a pesar del desencanto. Hay que acudir a votar con el paraguas y también con la esperanza, ese espíritu que se quedó en el fondo de la caja que Pandora había recibido como regalo de bodas. Luego ya, si eso, nos pondremos a la tarea de diseccionar los resultados con el bisturí de los taxidermistas. Eso será cuando empecemos a rodar por mejores caminos. De momento, vamos a ver quiénes resultan elegidos para guiarnos por estos andurriales en los que ha terminado la campaña. Como las buenas prácticas periodísticas recomiendan no influir en el sentido del voto, no diré lo que pienso de lo ocurrido en los últimos días, que han avergonzado hasta al perro del hortelano. A partir de mañana podré dejar de ser un soñador, aunque eso suponga olvidar la esperanza, que es lo último que se pierde. Y no estoy preparado todavía para tanta calamidad. Lo que sí me pide el cuerpo, en esta tarde del viernes cuando escribo la columna, es recordar que hemos avanzado muy poco desde la época de Luciano de Samósata, aquel cachondo mental que ponía a caldo a todo bicho viviente. Lleva más de 1.800 años criando malvas pero su obra no ha perdido actualidad. Me quedo con su recomendación a un ignorante de que «las buenas esperanzas hay que tomarlas de uno mismo y de la vida de cada día». O con la advertencia, en el 'Diálogo de los muertos', de que los filósofos «dejen de decir necedades de una vez, de discutir sobre el universo, de meterse cuernos los unos a los otros, de inventar cocodrilos y de ejercitar su inteligencia haciendo preguntas sin solución». Cambie la palabra filósofos por los que usted sabe y tendrá una panorámica diáfana de lo que está pasando y estamos viendo.

Publicidad

Como no es prudente continuar por estas veredas, vuelvo a escuchar a Alberto Cortez: «Si a partir de mañana decidiera vivir una vida tranquila», todo el mundo dirá: «te has quedado sin luz, ya no tienes valor, se acabó tu misterio». Si se acaba el misterio, sólo nos queda hablar del tiempo, de la 'dana' sobre la península y de los aguaceros de mañana. Dije hace quince días que iríamos a votar con paraguas y así lo anuncian los informativos. No presumo de nigromante ni vidente, sólo de aficionado a los refranes, una práctica olvidada por estos mentecatos que nos quieren gobernar. No voy a referirme al aforismo de «abril, aguas mil», que renegó de sí mismo y nos gastó la putada de no echar ni gota. Tampoco al que indica que «cuando marzo mayea, mayo marcea», ni al repetitivo «hasta el cuarenta de mayo no te quites el sayo». El que sí quiero recordar es el que avisa de «año de brevas, mejor no lo veas». Subí hace unos días a Huétor Santillán y vi que la higuera, bajo cuya sombra paso el verano, está cuajada de este fruto. No pretendo ser un cenizo, solo aviso de que no estamos viviendo el mejor de los tiempos. Ahí lo dejo, con la esperanza de que mi voto de hoy no acabe en una breva 'despanzurrá'.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €

Publicidad