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Dicen que los colegas de la noche, cuando van de recogida abrazados a la última cogorza, oyen ruidos extraños, como de crujir de huesos, procedentes de la Capilla Real. Algunos aseguran que incluso se perciben suspiros y lamentos. Es más, hay quien hasta jura haber ... escuchado rezos y cantos funerales como el 'Dies irae, dies illa', que acompañaba a los difuntos anunciando el día del Juicio Final. Piensan que esos clamores, quejidos y suspiros sólo pueden proceder de los sepulcros de Fernando e Isabel. Tendré que consultarlo con Manuel Reyes, el capellán mayor, por si puede confirmarme este extraño suceso. Ya no es el rey moro el que, cuando el sol se va, llora y pasea su amargura por la Alhambra, como cantaban Los Puntos. Ahora son Fernando e Isabel quienes, tras las elecciones del 23 de julio, intentan hacerse oír para evitar el suicidio colectivo al que parecemos abocados los actuales habitantes de aquella nación que entre ambos forjaron.
Es posible que el espíritu de Fernando recuerde aquel 30 de julio de 1476, en que juró los Fueros de Vizcaya junto al árbol de Guernica, o la llegada de las 400 lanzas que Isabel le prestó para apaciguar a los rebeldes catalanes, que habían hecho piña con el Príncipe de Viana. También puede que recuerde las luchas contra el rey francés para mantener la integridad territorial de Cataluña, lo que le obligó a ralentizar la guerra de Granada. Incluso quizás rememore la Nochevieja de 1491, cuando un grupo de soldados cristianos, guiados por Gutierre de Cárdenas, tomaron posesión de la Alhambra para evitar posibles motines en cuanto se supiera la rendición de Boabdil. Pero entre todos esos recuerdos destacará sin duda la figura de Pere Joan Sala, que inició una revuelta en Cataluña, precursora de ésta que dirige ahora el gánster refugiado en Waterloo. Pere Joan fue el 'homo antecessor' del prófugo Puigdemont. Fernando indultó entonces a 58 de los 70 cabecillas condenados a muerte. Es posible que aquel recuerdo agite el espíritu del rey Católico y se pregunte si mereció la pena tanto empeño, al comprobar que tras años y siglos el conflicto permanece. «Eran tiempos –dice el historiador Luis Suárez– en que la justicia estaba maltratada porque los privilegios se anteponían a la ley». O sea, igual que ahora.
Las ánimas de los ínclitos Reyes Católicos no puede descansar viendo cómo los gobernantes se empecinan en dinamitar aquella unión de reinos lograda con tanto esfuerzo. A la Reina ya se le agotaron las lágrimas cuando, durante la transición, trocearon su Castilla, de la que se desgajaron jirones tan absurdos como Cantabria y La Rioja, sólo para dar gusto a los vascos. Pero para qué vamos a remover el pasado, si todos los dirigentes que han ido pasando desde entonces han hecho malabares para que desconozcamos nuestra historia. Sabemos más del general Custer que del general Narváez. Nuestros nietos ya ni conocen los afluentes del río Tajo ni que exista tal río. Tampoco les han dicho que el triunfo de Alfonso VIII en las Navas de Tolosa, y la toma de Granada, fueron decisivos para que los andaluces podamos presumir de ser europeos y de estar ganando la batalla de la igualdad, la libertad y el respeto. Es cierto que vivimos tiempos de una fuerte ambigüedad moral, en constante cambio de ideas y valores. Es cierto también que «ahora ya el mundo es otro», como cantaba la descarada, temperamental y vitalista María Jiménez, que acaba de dejarnos. Pero eso no nos debe llevar a enterrar el pasado bajo toneladas de ignorancia, ni a aceptar que las mentiras presidenciales sólo son cambios de opinión. Por esa regla de tres, el próximo 2 de enero no deberíamos celebrar la Toma de Granada sino la entrega del control de Telefónica a los saudíes. Sabemos que la historia se repite, primero como tragedia y luego como farsa. Ahora estamos en el sainete. Vamos a dejarlo ahí.
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