Leer de gañote

Puerta Real ·
Hay quien opina que los periódicos deben ser como los grandes almacenes, donde se entra gratis y se paga sólo si se hace alguna compra

Esteban de las Heras

Sábado, 25 de marzo 2023 | Actualizado 26/03/2023 11:48h.

De los periodistas se han dicho mil perrerías: desde que nos cargamos por la boca como los trabucos, hasta que nos vendemos por una cena en un burger y un par de copas. Cargar contra el mensajero ha sido el deporte universal desde que Hermes ... se dedicara a obtener información privilegiada de las correrías nocturnas de Zeus para luego chivatearla a los demás dioses del Olimpo. También a Antíoco, el cartero de mi pueblo –mensajero, al fin y al cabo– las novias le acusaban de abrir al vapor las cartas que sus chicos enviaban desde el cuartel. Como en todas profesiones, no faltan 'garbanzos negros' que ponen su interés personal por encima del general, pero creo que la inmensa mayoría se enorgullece aún de respetar el código deontológico en esta aperreada profesión. Nos han dicho de todo, pero jamás hasta este jueves me había sentido como una camisa de cuadros, un pack de calzoncillos o una caja de tampax. Quizás no fuera la intención de mi interlocutor decir aquello, pero lo dijo. Les cuento cómo fue.

Tras varias semanas con la salud un tanto quebrantada, salí a almorzar con los amigos ese día. Es una reunión abierta, variopinta y plural, con una mayoría de periodistas jubilados. Me encontré con dos individuos a los que no había visto en mi vida. Tras los saludos, hablamos obviamente de periodismo. Una buena parte de los reunidos militamos en este peculiar 'batallón Azov de la prensa escrita' que seguimos visitando al quiosquero. Hay también otra minoría de lectores que prefiere hojearlo en la cafetería. En esta tropa figura mi compañero de página Pérez Zúñiga. Lo confesaba el pasado domingo. A esta gente que espera pacientemente en su taburete a que el cliente de al lado suelte el periódico –que a esa hora ya llevará un par de lamparones de aceite o de tomate– y que es capaz de tomarse un segundo café, que cuesta más que el periódico y le puede originar una subida de tensión, para seguir con su ritual mañanero habría que homenajearle tanto por su fidelidad como por su tacañería. Frente a esta grey amante del papel entintado, están quienes prefieren leer en la pantalla, que a su parecer es más 'cool'. En este segundo grupo, más plural y heterogéneo, coexisten dos tendencias: la de quienes pagan una suscripción y se pasan el día mirando el móvil, y la de quienes quieren leerlo todo de balde y también pasan toda la jornada con el dedo en la pantallita.

Fue entonces cuando uno de los dos forasteros –creo recordar que era catedrático, pero no me pregunten de qué– argumentó que la información tenía que ser «de gañote». En ese momento su rostro se asemejaba al de la ministra socialista Magdalena Álvarez, la lady Aviaco del 'gratis total'. Alguien, posiblemente yo, le replicó que ni las empresas editoras ni los periodistas viven del aire ni su vocación llega al extremo de trabajar desinteresadamente y poner además la gasolina. No somos espíritus, tenemos necesidades como todos.

Pero el señor catedrático, muy campanudo, dijo que los periódicos deberían ser como los grandes almacenes, donde se puede entrar, probarse ropa, manosear y pasar el rato, pero solo se paga si se hace alguna compra. Hombre, uno no es un Umbral ni un Gistau, pero de ahí a que el contenido del periódico sea como un pack de calzoncillos en oferta o la camisa a cuadros que compra un tractorista de Gorafe, hay un trecho. ¡Qué nivel, Maribel!