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El viernes iba a hacer calor. Lo habían anunciado meteorólogos y cabañuelistas. Era el día en que Begoña Gómez iba a comparecer ante un juez de Madrid. Era también el día en que España se jugaba frente a Alemania el pase a semifinales de la ... Eurocopa. Todos los meses de julio suelen ser movidos y, a veces, truculentos. Traen incendios forestales, muertes violentas, guerras y otros desastres que quitan el sueño. Julio y la guerra civil siempre están presentes, pero, ¿cómo no recordar también que el 13 de julio de 1997 ETA mató a Miguel Ángel Blanco?, ¿cómo no acordarse que el 1 de julio del mismo año la Guardia Civil había liberado al funcionario de prisiones Ortega Lara, al que ETA mantuvo más de 500 días encerrado en un zulo bajo tierra? Hay que tener muchas tragaderas para olvidarlo y pactar con los herederos de aquella organización terrorista. Aunque me metan en la lista de los plumillas díscolos, ahora que Sánchez se dispone a resucitar la ley de prensa o de mordaza, a mí no se me olvida aquello.
Los paisajes de la niñez se agolpan en la memoria cuando el sol castiga con los 42 grados a la sombra que marcaban los termómetros en las calles de Granada. Siento el mismo bochorno de aquellos veranos en que ya trabajaba de mochil, que según el diccionario es el «muchacho que sirve a los labradores para llevar o traer recados a los mozos del campo». Hablo del campo reseco y sin sombra que describió Zorrilla: «Son las tres de la tarde, julio, Castilla. / El sol no alumbra, que arde, ciega, no brilla. / La luz es una llama que abrasa el cielo, / ni una brisa una rama mueve en el suelo». Conozco bien ese sol inclemente que me achicharraba los sesos mientras iba trillando en las eras.
Pero la canícula no me impidió subir hasta Plaza Nueva, con el sol de plano, porque el viernes, además de lo de Begoña y de la Selección, iba a ser un día memorable para un gran amigo. Nombraban 'colegiado de honor', con la entrega de la correspondiente medalla, a Fernando Mir Gómez en el Colegio de Abogados de Granada y no había grados suficientes en los termómetros que pudieran impedirme acompañarlo. Decía Cicerón que es fundamental «elegir la amistad de los adultos, que nunca sea por comodidad, saber aceptar las críticas y reprochar con cariño a los amigos». Y como resulta que la amistad «no es otra cosa sino un acuerdo, al que se llega con benevolencia y afecto», pude disfrutar oyendo la emotiva 'laudatio' que le hizo Antonio Olivares y comprobar que Fernando ha sembrado bonhomía, honestidad y trabajo durante los 64 años en que ha ejercido y ejerce como abogado. Los numerosos compañeros que asistieron al homenaje y llenaron el salón de actos dieron fe del aprecio y estima que goza en esta ciudad. Olivares recordó que este amigo del que hablo «ha puesto en común sus valores, méritos, experiencia y sapiencia jurídica para hacer un mundo mejor más allá del ámbito restringido de su despacho». Yo remacharía el afán de Fernando en «hacer un mundo mejor», porque conozco su inquietud por la tardanza en recuperar el diálogo constructivo e integrador en esta sociedad crispada, adocenada y pasota. Otro gallo nos cantaría si gente como él ocuparan cargos de responsabilidad en los partidos políticos. Ahí lo dejo, porque no quiero calentarme la boca y ponerlo en un compromiso. Vuelvo a Cicerón y su 'Laelius de amicitia': «La amistad es la mayor manifestación de concordia civil, la base de la cohesión social y la fuerza de un pueblo, que viene del corazón».
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