La otra noche, tras el homenaje a Eduardo Peralta, unos cuantos recalcitrantes amigos de la noche, descamisados de las rutinas y normas de prudencia que aconseja la edad, nos fuimos a tomar la penúltima en un garito del barrio Fígares y allí fluyó el torrente ... de recuerdos de aquel tiempo en que Granada era la capital de media Andalucía, y su Universidad un polo de desarrollo cultural y científico. Esa imagen se ha ido difuminando en el correr de los años, sin que los calendarios hayan fijado una fecha concreta para el inicio del declive. Estábamos como el personaje de Vargas Llosa que en 'Conversación en La Catedral' se preguntaba en qué momento se jodió el Perú. Los plumillas fuimos recordando aquella etapa en que millares de ejemplares de IDEAL, a lomos de motos y bicicletas, apartaban la noche de las calles para meterse en quioscos y portales antes del alba. La charla, adobada por el tintineo de los cubitos de hielo maridados con güisqui, tomó el giro apropiado para esa hora avanzada y se abrieron los torrentes de anécdotas, donde se arremolinaban copas a media luz, arroces caldosos de madrugada en El Mohínes de Santa Fe o raciones de ensaladilla rusa en el mercado de San Agustín. Rememorábamos ese tiempo sin horas que vivíamos entonces antes de que la ciudad despertara. Cuando el aroma del café todavía no había despertado a los pájaros del Campillo, ni el repique de las campanas conventuales se había hermanado con el zureo de las palomas.
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Los bares de copas terminan casi siempre como talleres de nostalgias. Entonces creaban mundos oníricos para los gacetilleros que mojaban el dedo en el 'gin tonic' al pasar las hojas de un periódico atrasado o apuntes en la agenda, que a esas horas sólo son perchas de letras. Por ahí, por esos ámbitos, podríamos encuadrar el Oxford Dos, La Tertulia o Portolano, preferidos por las hornadas de juntaletras que vinieron poco después. El tiempo fue avanzando y los ejemplares de IDEAL en los quioscos seguían sobresaliendo del resto de la prensa escrita.
Por esos años Granada sufrió, como toda España, la invasión de un extraño brebaje, que despertaba curiosidad y anhelo entre jóvenes y no tan jóvenes: el ciripolen. El mejunje era un afrodisíaco inventado por Cirilo Marcos, apicultor de Las Hurdes y poeta local, que tuvo sus días de gloria en los platós de televisión y en discotecas. Propició sueños sicalípticos y chistes a raudales. La llegada de la viagra hundió el negocio de aquel extremeño singular. Desapareció el ciripolen igual que se esfumó el expreso de medianoche a Barcelona. Aquel tren que transportaba sueños y anhelos de una vida mejor murió por decreto. Los amigos del ferrocarril esperan que el ministro Puente lo resucite. Lo tienen complicado porque la prioridad del pucelano es reunir en un solo volumen los improperios que, a su entender, le dedican en la prensa. Por lo que oigo y leo, le va a faltar papel.
Espero que a mí el papel no me falte, porque sigo siendo fiel al periódico impreso. Como el que recién salido de la rotativa me acompañaba en aquellas madrugadas singulares. Lo leo también en el ordenador y el móvil, pero no es lo mismo. La tinta provoca una adicción mayor que el tabaco. Y espero seguir viendo en los quioscos el IDEAL que va camino de cien años. Varían modas y costumbres. Los perfiles de aquella Granada se van desdibujando. Sus dirigentes cambian también pero al estilo lampedusiano: marear proyectos o promesas para que todo cambie y todo siga igual. Ya me he vuelto a liar y ahora me falta papel para hablar de Rubiales.
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