Traían una estatuilla de plástico fluorescente de la Moreneta para la abuela y un encendedor de gas con el escudo del Barça para el abuelo. Unas lágrimas de emoción asomaban a los ojos de la viejita que, tras colocar la virgen en la mesilla de ... noche, se apresuraba en destapar la orza repleta de lomo en manteca. También lloraban de alegría, relamiéndose, los recién llegados. El verano lo pasaban recorriendo por la mañana los carriles de su infancia y alabando en el bar por la tarde, ante los paisanos de boina y callos, la maravilla del Camp Nou, los grandes cines, las amplias avenidas, las lujosas salas de fiesta, las enormes fábricas y todo el poderío catalán. Luego, de septiembre a diciembre, el abuelo, al que le faltaban casi todas las muelas, majaba en el mortero un puñado de almendras para acompañar el vasillo de mosto de la merienda, porque en la vasija de barro sólo quedaba el vacío. Hasta la manteca del fondo se habían llevado en un táper. No en vano los llamaban los 'lameorzas'. El hermano, que se quedó para cuidar el huerto y varear los olivos, va ahora todas las mañanas, apoyado en el andador y acompañado de su cuidadora boliviana, al centro médico para preguntar a la doctora, una vez más, si tienen que tomarse las pastillas verdes al acostarse y las blancas en el desayuno o es al revés. Cuando llegan las elecciones llama al 'catalán' que tiene hijos con estudios, para ver cómo anda de salud, preguntarle si vendrá la familia en verano a echar un trago de vino mosto como cuando vivía el abuelo y, ya de paso, consultarle a quién cree que deberá votar este año. El de Hospitalet no duda un segundo y le dice que «a quién mejor que a Sánchez, el que más se preocupa por el pueblo y además les ha subido la pensión un ocho medio». Y le hace caso.
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Ahora acaba de ver en la tele, mientras se arrima al brasero en la mesa camilla, las protestas contra este presunto benefactor humanitario, que tenemos la inmensa y cruel suerte de sufrir, y se le viene el aparejo a la barriga. Entre los que protestan hay mucha gente mayor, como él, a los que también –es de suponer– les habrán subido la pensión, y no acaba de entender a qué viene tanto ruido. Algo hay que no casa. Hablan de tsunami democrático, de los PCR, de la amnistía. palabras que no le dicen nada, puro galimatías de esos que inventan voces nuevas. Pero cuando el locutor anuncia que los independentistas catalanes piden, además, que se les perdone una deuda de 14.000 millones de euros, se mosquea. ¿No era Cataluña la antesala del paraíso terrenal, donde ataban los perros con longaniza? ¿De dónde va a salir esa enorme cantidad con tantos ceros? ¿Tanto dinero tiene el señor de la Moncloa? ¿Se equivocó al votar al que le dijo el 'lameorzas'? Vuelve a recordar los viejos tiempos y cómo el hermano se llevaba hasta los pocos chorizos que colgaban de una viga en la cocina. El último año, arrambló incluso con las cáscaras de almendra para encender la chimenea del chalet adosado. «Tienes que venir a verlo uno de estos años –le dijo al despedirse– porque aquello es Europa y no este andurrial del que me fui a tiempo». El hombre se queda alelado mirando a la joven boliviana que ha venido a acostarle y masculla algo así como «¡Dios mío, pero qué he hecho yo para merecer esto!».
Es probable que hoy vea en el telediario las manifestaciones que hay convocadas en Granada. En una se oirán las llamadas a la solidaridad con los palestinos y gritos contra Netanyahu y en la otra se abucheará a Sánchez por los pactos de la vergüenza, que rompen el Estado, y se pedirá prisión para Puigdemont. El hombre de la cortijada, asombrado ante lo que está pasando, ni siquiera se acordará de que por estas fechas se decía que a cada cerdo le llega su San Martín.
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