Cuando leí la noticia en 'El Mundo Today', ese diario satírico que tantas verdades cuenta, me reí a mandíbula batiente. «Un espontáneo llamado Pablo Iglesias protagoniza el último acto de Podemos y se convierte en la nueva gran promesa del partido». Se puede decir más ... alto, pero no más claro.

Publicidad

Seguro que en la llamada Uni de Otoño, ese foro para el rearme ideológico del partido morado, se han tratado temas de enjundia, además de cambiar el logo y la imagen y dar todo el protagonismo al concepto de trans-formación. Ustedes me entienden.

Pero lo más sonado, cosas de periodistas sin otros temas a los que prestar atención, ya saben, ha sido el acoso a Yolanda Díaz y su iniciativa para Sumar. Iglesias se despachó bien despachado hablando de ella y criticando el envío de armas a Ucrania antes de despedirse con el ya famoso «hay que ser estúpido» espetado a quien «piensa que le puede ir bien en las elecciones generales a una candidatura de la izquierda si a Podemos le va mal en las municipales y autonómicas».

Iglesias, que dimitió de todos sus cargos y se retiró hace meses a sus cuarteles de invierno después de ungir a Yolanda Díaz, sigue siendo el referente ineludible de Podemos. Su pulgar manda, apuntando hacia arriba o hacia abajo.

El gran problema que tiene Podemos es que cada día está más solo. En cada convocatoria electoral ha ido perdiendo apoyos, socios y aliados, de Íñigo Errejón a Teresa Rodríguez. Y no digamos ya votantes. El fiasco de las pasadas elecciones andaluzas, con aquella confluencia a destiempo, fue de tal calibre que de cara a las próximas municipales nadie se fía de nadie en la izquierda a la izquierda del PSOE.

Publicidad

Los insultos y menosprecios de los militantes y simpatizantes de Podemos a todo el que no piensa como ellos son una constante que genera un efecto rechazo cada vez más amplificado y generalizado. Básicamente, no se les cae el 'fachas' de la boca. Todos fascistas.

Siempre son los más listos de la clase. Los más avanzados, modernos y vanguardistas. Los de más clara visión estratégica. Los más visionarios. Los que anticipan el futuro. Los que siempre saben qué necesita el país, la comunidad autónoma, la ciudad y el pueblo. Lo que pasa es que, después, no pasa nada. Será que la gente se ha cansado de escucharlos. O que el mensaje no cala. O será la estupidez. ¿Quién sabe?

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €

Publicidad