En Europa se ha puesto el sol
El nuevo que se adivina asomarse por Oriente está claro que será China ayudada por los otros pueblos asiáticos
Sábado, 18 de julio 2020, 00:44
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Antaño lo escribió Eduardo Marquina para titular aquella su obra dramática, tan plena de melancolía, 'En Flandes se ha puesto el sol', en donde narra los tristes años de los Austrias menores, cuando España y Felipe II tuvieron que ceder aquellos territorios a su hija ... Isabel Clara Eugenia y a su esposo el archiduque Alberto, vista la imposibilidad de mantener sujetos a la Corona hispana aquellos derroches de sangre y dinero, amén de honra, que acabaría siendo el principio de nuestra decadencia en Europa, acosada España, sin un minuto de tregua, hasta hoy, por aquellos holandeses de la traición, a caballo de Lutero y calvinistas ayudados por nuestros judíos expulsados por los Reyes Católicos en 1492. Muy poéticamente, aquel ocaso, Marquina nos lo pinta en su obra memorable citada al comienzo, la mejor definición para aquel nuestro fracaso histórico. Aquella obra en donde el capitán español remata el drama con la famosa frase: «España y yo somos así, señora», un gesto con el que abandonábamos para siempre aquella tierra que nos trajo en legado Felipe el Hermoso, heredado, para nuestra desgracia, de su padre Maximiliano.
Efectivamente, en Flandes se puso el sol para nuestra hegemonía en Europa. Y durante bastantes años se ha tenido por cierto que esa puesta de sol sólo afectaría al Imperio español mordido por todas sus esquinas. Y desde entonces, el resto de Europa, sin España, se ha pavoneado de sus grandes éxitos, de su dominio universal y colonial, de su sobresaliente cultura, tanto en letras como en ciencias, sometiendo lo mismo a africanos que a americanos y oceánicos.
Pero ya dice el refrán que no hay bien ni mal que cien años dure. Y así tras el Congreso de Viena, que eclipsó el sol de Napoleón y la gloriosa jornada de Sedán para asentar la hegemonía prusiana, hete aquí, digo, que la serie de revoluciones desencadenadas por los principios de la Revolución Francesa de 1789, enseguida aprendida por los rusos de 1917 y sus secuaces, y la Primera Guerra Mundial, entre europeos, dejaron el camino libre al dominio de Norteaméricanos, rusos y japoneses, para sustituir a Europa en aquella hegemonía, que así empezó a hacer aguas.
Una débil hegemonía aún detentada que la Segunda Guerra Mundial de 1939/45, con sus dos bombas atómicas, acabó por rematar. Si para España, antaño, su manzana venenosa fue Flandes, hogaño, para Europa, ha sido Polonia, siempre traída y llevada; siempre repartida y reconstruida, hasta acabar convertida en la bomba explosiva que desencadenó la tragedia de 1939, y la Segunda Guerra Mundial, tras la cual, Europa –lo mismo las naciones ganadoras, Gran Bretaña y Francia, como las perdedoras, Alemania e Italia, y sus respectivos aliados– resultó destrozada y definitivamente empujada al ocaso, en cuyo lugar hegemónico de antaño, ahora se alzaban los EE UU y Rusia, con intereses contrapuestos y enfrentados, entre cuyas dos ruedas de molino, Europa iría perdiendo todo su antiguo esplendor, amén de sus imperios coloniales –las fuentes de su riqueza– que hubieron de liberar por imposición de los vencedores EE UU y Rusia en aras de la libertad de los pueblos.
Comenzó a declinar el sol de Europa. Y por ahí, ya cuesta abajo, tras la hecatombe destructiva de la guerra, ahora se sumaba la hambruna general, y tras todo ello, le llegó la crisis cultural, industrial y, sobre todo, religiosa que puso fin a la música en aquella Viena del Danubio, a la filosofía que nos dejaron los griegos, al derecho romano sustituido por el llamado 'garantismo' y, sobre todo, al cristianismo venido de Judea, sustituido ahora por un agnosticismo beligerante que acaba por minar su moral, amén de su autodefensa, dando paso a una corriente inmigratoria millonaria procedente de países subdesarrollados, cada vez más numerosa y agresiva que a la manera de aquella invasión de los bárbaros del norte y del este, amenaza, en pocos años, con anular todo vestigio no sólo visual, psicológica y hasta 'aparencial' de la hasta hoy preponderante raza blanca europea, sino la misma fisonomía moral de sus habitantes con todo su legado vital y cultural.
Sí, en Europa se ha puesto el sol. Esos intentos o realidades de detener el ritmo de su declive, de manos de la historia con inventos tales como la Unión Europea, hoy ya cuarteada con el Brexit, son sólo medicinas a corto plazo. Ni siquiera para evitar ese proceso serán suficientes los Estados Unidos ni los otros países americanos, claramente mestizos e impotentes, amén de decadentes. Porque el nuevo sol que se adivina asomarse por Oriente está claro que será China ayudada por los otros pueblos asiáticos, tanto tiempo amenazantes y esperando esta puesta de sol europea, para ocupar, con su naciente sol, el nuevo universo. Y para ratificarlo, ahí está, ahora, nada menos que la transformación del Gran Templo de Santa Sofía, en Constantinopla, en mezquita musulmana...
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