La palabra eutanasia proviene del griego antiguo y significa 'buena muerte'. La definición del 'DLE' precisa más el término: «Intervención deliberada para poner fin a la vida de un paciente sin perspectiva de cura». La segunda acepción de esta palabra acentúa el matiz en el ... dolor: «muerte sin sufrimiento físico». Esta cooperación al suicidio se asocia —para realzar su contenido piadoso— con el calificativo de 'muerte digna'; pero habría que examinar si no deviene en inhumana crueldad. Aunque acaba de salir a relucir en el Congreso la proposición de ley de la eutanasia, como un aspecto inédito y progresista de este Gobierno social-comunista, su práctica data de la antigua Grecia y Roma. El suicidio asistido fue apoyado por Sócrates, Platón y Séneca; el sofista mayéutico fue condenado a muerte por envenenamiento de cicuta. Sin embargo, ya entonces, cuatro siglos antes del nacimiento de Jesucristo —que daría un sentido transcendente y redentor al dolor—, existía una intensa discusión filosófica al respecto; el juramento hipocrático estableció las bases de la deontología médica. Con las enseñanzas que Hipócrates transmitió a su compatriota Galeno —médico de Marco Aurelio— se acuñó el verdadero progreso: «Jamás daré a nadie medicamento mortal, por mucho que me soliciten, ni tomaré iniciativa alguna de este tipo; tampoco administraré abortivo a mujer alguna».

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El fin de semana pasado se celebró un cinefórum en el Club Moraleda sobre el documental de Goya Producciones: 'Eutanasia vs. Cuidados paliativos' (en 'www.morirenpaz.org'). En esa dicotomía conceptual es donde radica el verdadero debate. La medicina paliativa sólo cuenta con medio siglo; comenzó en Londres en 1970 y luego se extendió por Europa. Sus orígenes son cristianos, tal y como se muestra en el acta fundacional de 'St. Christopher's Hospice': «…en el uso de todos los conocimientos científicos para aliviar el sufrimiento y malestar, en la simpatía y entendimiento personal, con respeto a la dignidad de cada persona como hombre que es, apreciada por Dios y por los hombres». La reciente Carta 'Samaritanus bonus' (en 'www.vatican.va') sobre el cuidado de las personas en las fases críticas y terminales de la vida, también viene a arrojar claridad a esta controversia. Según la OMS se entiende por 'Cuidados Paliativos': «un modo de abordar la enfermedad avanzada e incurable que pretende mejorar la calidad de vida tanto de los pacientes como de sus familias, mediante la prevención y alivio del sufrimiento, del oportuno tratamiento del dolor ante los problemas físicos, psicosociales y espirituales». A la desesperación que puede causar el dolor intenso por enfermedad o vejez —»quiero morirme»—, la solución razonable no puede ser 'muerto el perro…'; toda vida humana implica una inmensa dignidad. Sobre todo, cuando existen medios paliativos para dejar de sufrir, dormir y descansar. El problema de la eutanasia se resolvería, en gran medida, con la sedación paliativa. La Organización Médica Colegial recuerda «que recibir una adecuada atención médica al final de la vida, es un derecho y no un privilegio». Se ha hecho viral el vídeo del especialista en paliativos, el doctor Marcos Gómez Sancho, apuntando que 120.000 personas precisan cada año estos cuidados especiales en España. Sin embargo, la realidad es que sólo los reciben la mitad. Este déficit en la implementación de esta modalidad asistencial en el sistema sanitario contribuye a que la muerte inducida sea la alternativa. El homicidio por compasión será un sistema más económico y utilitarista, pero carente de dignidad y ética. El semanario londinense de ámbito mundial 'The Economist' sitúa a nuestro país en el número 23 del mundo y el 14 de Europa, en el ranking de esta medicina sedativa. Por eso, la discusión debería de centrarse en contrarrestar la eufemística 'muerte dulce' —que no deja de ser muerte— por una política sanitaria tranquilizante que favorezca la cultura de la vida. La solución más ética para afrontar la muerte es seguir los dictados de la naturaleza. Dejar que el Estado invada nuestra libertad —recordamos los casos dramáticos de Vincent Lambert y Alfie Evans— y nos diga cuándo y cómo tenemos que morir, asumiendo una competencia inalienable, supondría una involución de la Humanidad. Seguir la deriva de esta ley inhumana como en Holanda y Bélgica —donde por alzheimer o depresión se justifica la inyección letal— nos retrotrae a las políticas del darwinismo eugenésico de la Alemania del Tercer Reich.

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