Hacía muchos años que no veía 'El evangelio según San Mateo', que fue como se estrenó en España (el título original es 'Il Vangelo secondo Matteo', 1964) la considerada obra maestra de Pier Paolo Pasolini. Añadir la santidad omitida del evangelista fue la única exigencia ... de la censura, que no pudo encontrar pega alguna en una película cuyo guion utiliza los monólogos y diálogos sin alterar el texto de San Mateo. Tuvo que desconcertar la ausencia de heterodoxia en una obra debida a un ateo, marxista y homosexual.
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Es curioso cómo funciona la memoria. Al ver de nuevo 'Il Vangelo', aunque ha pasado tanto tiempo desde la última vez, iba recordando sobre la marcha muchos planos de gran fuerza visual y la banda sonora, la original y los fragmentos de Bach, Mozart, Prokófiev y 'Godspell'. Está claro que la película me impresionó. Vista ahora, coincido en que me parece la obra maestra de Pasolini, quizá incluso su única película buena de verdad. La otra película suya que aprecio es la última, 'Saló, o los 120 días de Sodoma' (1975). Fue la última porque fascistas italianos no la soportaron y mataron a Pasolini con la apariencia de un oscuro y brutal asesinato de chaperos. Entiendo que para un fascista el retrato del fascismo extremo de 'Saló' sea un agravio insoportable. Es posible que sea la película que más me ha perturbado en mi vida. No volveré a verla por si el tiempo ha convertido lo perturbador en bochornoso. No lo creo, pero por si acaso no quiero comprobarlo.
Pasolini dedica 'Il Vangelo' a la memoria de Juan XXIII. El hombre comprometido con la izquierda que era Pasolini reconoció los honestos intentos de Juan XXIII por establecer un puente razonable entre cristianos y marxistas. Y Pasolini muestra en la película, como si fuera un sobrio y a la vez estilizado documental, su fascinación por el personaje y por las palabras de Jesucristo, por su mensaje de igualdad y revolución social (que le cuesta la vida porque es peligroso para el poder establecido) sin que le haga falta para exponerlo nada más que el texto del evangelio.
Me sorprende felizmente que la extraña fascinación de la película subyugue a alguien como yo, que tampoco soy creyente. Es por los primeros planos de rostros conmovedores, por la ambientación en aldeas pobrísimas del sur de Italia o por secuencias como la de Cristo caminando sobre las aguas o la del apremiado suicidio de Judas. Es la fuerza de la literatura y de las imágenes la que llega más allá de una de las historias más conocidas y más veces contadas y de la religiosidad o de su ausencia: la fuerza de la belleza y de la verdad desde la mirada de un poeta.
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