La estrategia del Gobierno de exhumar los restos de Francisco Franco del Valle de los Caídos, enterrados hace 44 años, se está cumpliendo. La Sala Tercera de lo Contencioso-administrativo del Tribunal Supremo acaba de dar la razón al Ejecutivo, en contra de las pretensiones ... de la familia Franco. Habrá que conocer la fundamentación jurídica de esta resolución judicial. El grupo socialista preparó y consiguió aprobar la discutida ley de la memoria histórica, que da cobertura a sus pedimentos. Además, llevó al Congreso 'ex profeso' dicha exhumación, a la que ningún partido se opuso. Esta noticia ha sido celebrada con alharacas por el propio presidente del Gobierno, que ha llegado a decir en la sede de la ONU, a raíz de esta sentencia que: «España cierra el círculo democrático». El doctor Sánchez viene a impartir desde Nueva York al mundo, una nueva doctrina de derecho constitucional, para aclararnos que con la Transición del franquismo a la democracia («de la ley a la ley») y la Constitución de 1978, todavía no se había alcanzado la plenitud democrática.
Ha tenido que venir él para exhumar los restos de la Basílica de Cuelgamuros, de quien ganó la Guerra Civil a los socialistas, comunistas y frentepopulistas –no se lo perdonarán jamás–, y así culminar el incompleto proceso democrático. Los políticos, una vez más, en vez de emplear todas sus energías en resolver los problemas reales que acucian a los ciudadanos –el paro, la desaceleración económica, la inmigración, las pensiones, el suicidio demográfico ante la falta de reemplazo generacional…–, dedican con denuedo sus esfuerzos en pretender cambiar la historia y ganar, ochenta años después, una guerra de forma cobarde contra una persona cautiva y desarmada; esta se estará partiendo de risa ante semejante espectáculo dantesco.
El salvapatrias Sánchez, a quien su vanidad le lleva hacer el ridículo solemne y a anteponer su interés personal al de España, habrá inducido a error a algún despistado en Naciones Unidas, que habrá pensado que estamos al mismo nivel que Azerbaiyán, Uzbekistán, Burkina Faso, Yemen, Rwanda, Zimbabwe o la Qatar de Xavi Hernández. El 'doctor cum fraude' ha venido a reivindicarse a sí mismo, pretendiendo hacer ver al mundo lo que ni los constituyentes se percataron: que lo de Suárez fue una simple anécdota en comparación con lo suyo; que él ha conseguido culminar el proceso democrático. La única diferencia es que mientras en el epitafio del abulense queda escrito: «La concordia fue posible», en el del plagiador de tesis, bien podría decir: «La discordia fue su realidad». Habrá que esperar si la familia del estadista se conforma con que se inhumen sus restos en el cementerio de Mingorrubio, en El Pardo, o recurrirán hasta agotar las instancias judiciales. La genialidad taumatúrgica de este Gabinete ha sido pasar del «Españoles, Franco ha muerto» a «Españoles, Franco ha resucitado». Por otra parte, están haciéndole un favor al dictador que no quería hacerse ningún mausoleo o enterrarse en el lugar destinado para todas las víctimas –de uno y otro bando– de la lamentable guerra fratricida.
La decisión de que lo enterraran en el Valle fue del entonces presidente del Gobierno, Arias Navarro, y del Rey Juan Carlos. Lo que realmente incomoda y divide a la sociedad es el relato fraudulento de reescribir la historia. Ese asunto tenía que haber sido «cosa juzgada», a raíz de la reconciliación y el perdón de la Transición. Hay que tener un mínimo de rigor histórico –me fío más de Stanley Payne que de Amenábar– para juzgar la historia y contar los hechos sin dejarse llevar por prejuicios ideológicos. Sin ánimo de defender a ultranza ninguna posición concreta, pero sí de contrarrestar, como señalara Mateo Alemán, aquello de que en el fondo la «venganza es cobardía», me niego a seguir dando pábulo a un ejercicio hipócrita de la manipulación: «A moro muerto, gran lanzada» o «Hacer leña del árbol caído».
La sublevación militar del general Franco no se hubiera producido, de no ser por el intento de convertir a España en una sucursal de la URSS comunista, además de la obsesiva sinrazón de los asesinatos de miles de católicos, por el solo hecho de serlo. Los abusos se cometieron en los dos bandos, y no solamente en uno. El franquismo supuso una dictadura (en la etapa final pasó a 'dictablanda') y como tal fue una injusta merma de las libertades, que tenía que haberse restablecido de inmediato, y no al cabo de casi cuarenta años. Ese fenómeno político no tiene parangón posible, como se ha pretendido asemejar, con el comunismo, fascismo o nazismo, claramente más letales. Por otra parte, sería también injusto no reconocer que aquel tiempo constituyó una época de paz, de progreso y de logros sociales, superando la pobreza. Como ocurre en cualquier etapa de la historia, sería un error el 'presentismo' de enjuiciar un tiempo pasado con categorías actuales, porque es la mejor forma de equivocarse en el diagnóstico.
El denodado esfuerzo del gobierno en funciones por hacer de este asunto su 'casus belli', en plena campaña electoral, mediante la tergiversación propagandística, no es admisible. Después de aquellos dramáticos acontecimientos es una grave irresponsabilidad volver a remover los odios hacia las víctimas de ambos bandos. Como diría Esopo: «Sólo los cobardes insultan al rey muerto» o siguiendo con el dicho latino: «De mortuis nihil nisi bene».
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