Por favor, no más power point
Se agradece la espontaneidad del conferenciante clásico que elabora su intervención con palabras adecuadas y las notas imprescindibles
Antonio san José
Martes, 10 de agosto 2021, 23:09
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Antonio san José
Martes, 10 de agosto 2021, 23:09
Da igual que se trate de una conferencia a media tarde o de una intervención en un curso de verano. Lo mismo que se trate de una clase magistral o de una reunión de trabajo. A la primera de cambio, el ponente se presentará ante ... la sala con un pequeño dispositivo USB o buscará en la nube su preparada exposición y ¡zas! sin previo aviso, y sin que le hayamos hecho absolutamente nada, nos endilgará una prodigiosa presentación en power point que habitualmente no bajará de las sesenta o setenta diapositivas.
Ante la desmesurada extensión de sus filminas, el público mira el reloj para calcular el mucho tiempo que va a pasar frente al conferenciante y la pantalla. Una tortura habitual a la que todos hemos sido sometidos alguna vez. En la mayoría de los casos el disertador se limita a leer en voz alta aquello que ya ve el público proyectado, con lo que la supuesta clase se convierte en una tautología insufrible. Hay que llevar adosada siempre una ppt (así se dice en el argot) para demostrar que uno es un profesional y que no improvisa. Lejos quedan las notas que toda la vida de Dios han acompañado a profesores y conferenciantes de toda laya. Unas fichas en las que se anotaban los epígrafes de las cuestiones a tratar para no olvidar ninguna fundamental. Hoy, lo que mandan son las presentaciones con muchas 'slides' llenas de datos, números y dibujos de colores. A veces, lo escrito no es nítido, o se lee mal, porque hay quienes intentan meter en un cuadro media historia universal, pero no importa porque el sagaz ponente nos lo ira cantando animado por lo bonito que le ha quedado. Lo malo es que en muchas ocasiones sabemos el número de pantallazos que nos aguardan y reparamos horrorizados en que llevamos una hora de tortuosa sesión y aun nos queda más de la mitad.
Tengo para mí que esta proliferación de power point ataca directamente a la dialéctica y es un lastre para la expresión oral, pero también sé por experiencia que cuando a uno le invitan a disertar sobre algo lo primero que le preguntan cuando llega a la sala es «¿ha traído usted presentación?», y que no llevarla es algo así como no haber hecho los deberes, así que claudicamos y contestamos afirmativamente para no defraudar. En alguna ocasión en la que no he tenido power point, he notado la frustración en la mirada del organizador que ya, por su cuenta, había supuesto tal posibilidad y avisado al informático de turno para tener listo el ordenador correspondiente. Así pues, se trata de una lucha inútil que ya se revela como irreversible por mor de una práctica extendida y generalizada.
En muchas ocasiones estas presentaciones llevan 'incrustados' (así se denomina en la jerga) varios videos, con lo que su duración se multiplica hasta el infinito. El presentador, muy ufano, le va dando con fruición al pasador de diapositivas mientras su auditorio, resignado, se pregunta en su fuero interno cuánto falta. Convengamos cuanto antes que algunas de estas sesiones resultan tan soporíferas como insoportables. Por eso se agradece la espontaneidad del conferenciante clásico que elabora su intervención con palabras adecuadas y las notas imprescindibles. Le pasó a un amigo periodista. Fue invitado a unos cursos de verano de la Universidad Complutense en El Escorial, y el director le hizo la inevitable pregunta sobre si tenía el power point. Sin inmutarse lo más mínimo respondió: «No traigo, conozco de lo que voy a hablar».
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