El conquistador Pedro de Valdivia, un hombre de fortuna empeñado según escribió él mismo, en «dejar memoria y fama de mí» fundó en 1541 y tras muchos avatares, Santiago de Extremadura, la actual Santiago de Chile. A la postre, su ambición de conquistar más territorios ... le acabaría costando la vida; sufrió una muerte atroz a manos de los indígenas de la región, los indómitos y feroces mapuches, uno de los pueblos originarios del país. Aun así, el dominio colonial español con brotes de resistencias y revueltas esporádicas, duró hasta que en 1818 se proclamó la independencia de Chile que España acabaría reconociendo en 1844.
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Simón Bolívar tuvo un sueño equivocado: imaginó una única república que abarcaría desde Río Grande hasta Tierra de Fuego. Un sueño que se vio malogrado por todos los caudillos y las guerras entre algunos de ellos que surgieron mientras la España borbónica de entonces, apenas era capaz de mantener la propia soberanía en el mismo territorio español. En sus últimos días «el libertador» reflexionaba con amargura, «aré en el mar, América es ingobernable».
La lucha por la independencia, liderada por José de San Martín, es todavía hoy motivo de orgullo patrio y los niños chilenos y argentinos aprenden en los colegios que «San Martín nos liberó del yugo de los españoles», les dicen y les repiten.
Llegué a la Universidad Central de Chile el pasado lunes 9 de septiembre. Con la excepción de Brasil, cuando viajamos a un país latinoamericano tenemos la invaluable comodidad de hablar en nuestra lengua materna que es también la lengua materna de ellos. Me maravilló pensar que es porque hace casi 500 años, Pedro de Valdivia y el puñado de hombres que lo acompañaban plantaron allí la prodigiosa semilla de nuestro idioma.
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El ambiente en la universidad y en la misma ciudad estaba emotivo ya que dos días después, el 11 de septiembre, se conmemoraba el golpe de Estado que acabó con la democracia y con la vida del presidente Salvador Allende. Allende se dirigió por última vez a los chilenos en una alocución ya legendaria en la que les dijo que «Seguramente Radio Magallanes será callada y el metal tranquilo de mi voz no llegará a ustedes», pero su voz sigue resonando en la conciencia colectiva de Chile 51 años después. Los otros 37 leales que resistieron y se atrincheraron con él en el Palacio de la Moneda acabaron saliendo y fueron detenidos, torturados y desaparecidos.
A la memoria de aquellos hombres, una sábana con las fotografías de los 37, cuelga todos los años la víspera y el mismo 11 de septiembre, desde el tejado hasta la puerta por la que sacaron el cadáver de Allende. Es el número 80 de la calle Morandé.
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La dictadura militar de Pinochet duró hasta que los EE UU decidieron que debía de durar, esto es, hasta 1990 cuando ya habían caído en esa región las de Argentina, Uruguay, Brasil y Paraguay. El contexto político era muy distinto del que en los 70 promovió los golpes de estado y las posteriores dictaduras militares en esos países en una operación que se llamó Operación Cóndor. Henry Kissinger, secretario de Estado con Nixon, al saber de las masacres respondió diciendo que por «desagradables» que fueran, la situación política en esos países resultaba beneficiosa para los EE UU.
Una vez restablecida la democracia en Chile, fueron alternando gobiernos demócratas-cristianos (Patricio Aylwin, Eduardo Frei), de derecha (Sebastián Piñera) y gobiernos de izquierdas (Ricardo Lagos, Michelle Bachelet y Gabriel Boric).
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A resaltar el inesperado estallido social de 2019 durante el gobierno de Piñera, a cuenta del aumento de precio del boleto del subterráneo. Una ola de indignación provocó la quema de iglesias y de estaciones de metro. «No son 30 pesos, son 30 años» era el eslogan que expresaba la cólera acumulada desde los años 90. En la génesis y desarrollo de esas revueltas está lo que los sociólogos llaman la «paradoja del bienestar» que consiste en que niveles crecientes de bienestar material llevan aparejado de manera silente un componente importante de frustración.
En las elecciones presidenciales de 2021, la extrema derecha liderada por José Antonio Kast, hijo de un nazi huido de Alemania tras la Segunda Guerra Mundial y pinochetista recalcitrante, consiguió ganar en primera vuelta. Dos sectores de la sociedad se disputaron el gobierno en la segunda vuelta, una izquierda moderna pero que no olvida a un hombre de corazón noble y generoso que se dejó la vida en la Moneda, y otro, el que añora a un militar desleal que sembró Chile de cadáveres.
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Finalmente en la segunda vuelta, el Frente Amplio ganó las elecciones y Gabriel Boric, un firme convencido del imperio de la ley y del respeto incondicional a los derechos humanos, fue elegido presidente de la República. A día de hoy, Chile es uno de los países más desarrollados de América Latina, con excelentes parámetros de transparencia en los procesos electorales, y con una democracia estable y consolidada.
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