En defensa de la investigación básica
Federico Zurita Martínez
Martes, 29 de octubre 2024, 23:51
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Federico Zurita Martínez
Martes, 29 de octubre 2024, 23:51
Al observar que siempre nacían gatos de gatas, ratones de ratonas y bebés de mujeres, Hipócrates ya se había preguntado por la substancia material que se transmite de parentales a descendientes. La respuesta cierta llegó casi 2.500 años después, cuando en 1944, los estadounidenses ... Avery, MacLeod y McCarty publicaron un artículo en el que no dejaban lugar a dudas razonables, al identificar el ácido desoxirribonucleico (ADN) como la molécula portadora de la información genética.
En 1953, Watson y Crick, dos investigadores de Cambridge, apoyándose en los estudios previos con difracción de rayos X de la gran Rosalind Franklin, publicaron en la prestigiosa revista Nature la estructura hoy ya icónica, en doble hélice, del ADN. «Hemos encontrado el secreto de la vida», exclamaron eufóricos cuando consiguieron encajar todas las piezas del puzzle.
El ADN es la molécula que almacena la información genética en todos los seres vivos sin excepción: moscas, plantas, hongos, peces, mamíferos… En la distinta secuencia de sus bases (A, C, G y T) está contenida la información que se desplegará en un organismo tan distinto como puede ser un gusano o una ballena. Y es en el ADN (que se organiza en cromosomas) es donde están localizados los genes; de ADN están hechos los genes. El Premio Nobel de Medicina o Fisiología (en realidad debería de llamarse de Biología por la misma naturaleza del descubrimiento) ha recaído este año en Vóctor Ambros y Gary Ruvkun dos norteamericanos que se han centrado durante décadas en el estudio de unas diminutas moléculas llamadas microARN, que regulan la expresión de los genes.
Los microARN deciden en qué células y cuándo se tienen que expresar los genes. Esos microARNs están también en el ADN y están implicados en el control de multitud de procesos biológicos, desde el control de la proliferación celular a la floración en plantas. Lo llamativo del asunto está en que para esos estudios, los flamantes Premios Nobel han utilizado un gusano muy simple (Caenorhabditis elegans es el nombre científico) que está constituido por tan solo 959 células. Un ser humano tiene billones de ellas y un cachalote billones de billones. Lo asombroso de esos descubrimientos es que los mismos principios que regulan la expresión de los genes en el humilde gusano (de tan solo 1 milímetro de longitud) lo hacen también en nosotros mismos, lo que evidencia que el organismo antepasado común de gusanos y nuestro ya poseía esos mecanismos. Es por eso por lo que los resultados obtenidos en la investigación con el gusano se pueden extrapolar al ser humano. Esa es la razón por la que para abordar el estudio de la mayoría de los fenómenos biológicos se utilizan organismos fáciles de manipular, con ciclos de vida cortos y progenie muy numerosa. Entre otros, la mosca de la fruta (Drosophila melanogaster), el ratón o los guisantes. En 1866, Mendel utilizó guisantes para llegar a descubrir los principios de la herencia, aunque sus trabajos fueron ignorados durante los siguientes 40 años. En 1902, Archibald Garrod, un médico londinense, describió la alcaptonuria, una enfermedad metabólica que se hereda de manera mendeliana y que cursa con una oscurecimiento de la orina. Ahí comenzó el reconocimiento y redescubrimiento de los trabajos de Mendel. Los caracteres (genes) pasaban de parentales a descendientes de la misma manera en los guisantes y en los seres humanos.
Cuando se le pregunta a un investigador que para qué sirve en lo que investiga, muy probablemente éste le responda que a corto plazo su investigación no está enfocada a ningún propósito inmediato. Pero es la fascinación y el hechizo que le producen desentrañar el funcionamiento de un proceso biológico o de un fenómeno natural lo que no tiene parangón. Es cierto también que hay otra investigación que sí está orientada directamente a solventar un problema que demanda una solución práctica. Pasó con la covid-19. Y se obtuvieron vacunas eficaces en solo ocho meses y prácticamente sin efectos secundarios, debido al enorme depósito de conocimientos acumulados en Inmunología, Virología, Bioquímica, Biología Celular y Molecular... a mucho de ese conocimiento se llegó en su momento sin más finalidad que la de, simplemente, saber. Y resultó que mucho tiempo después se salvaron millones de vidas.
El Premio Nobel de Química de 2024 ha premiado una auténtica revolución en Biomedicina. David Baker, John M. Jumper y Demis Hassabis utilizando Inteligencia Artificial han hecho posible predecir la estructura de millones de proteínas, algo impensable sólo a comienzos de este siglo y que supone un paso de gigante que permitirá nuevos tratamientos frente a muchas enfermedades.
Si solo una parte del presupuesto que cualquier Estado destina a tanques, bombas, misiles y demás arsenal destructivo se transfiriera para financiar centros de investigación ¡Cuánto sufrimiento se hubiera evitado y cuánto bienestar se hubiera conseguido!
La investigación básica es un capítulo que debería ser prioritario en los presupuestos de un país. De hecho, se sabe que los países ricos son en gran medida ricos porque dedican presupuestos suficientes a la investigación, lo que a su vez genera más riqueza, entrando en un círculo virtuoso que dispara el desarrollo del país. Es cuestión de aplicarse el cuento.
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