Azerbaiyán es un país caucásico con prácticamente la misma superficie que Andalucía y con una población un poco mayor, unos 10 millones de habitantes. Tiene frontera por el norte con Georgia y Rusia (Daguestán), por el sur con Irán, por el oeste con Armenia y ... con la conflictiva región de Nagorno-Karabaj, y a través del exclave de Najicheván comparte también una mínima frontera con Turquía. Un enclave geopolítico ciertamente complejo y con tendencia al conflicto.
El país experimenta sobre sus fronteras la presión de las tres potencias que se disputan su influencia en la zona: fundamentalmente Rusia, pero también Turquía e Irán.
Las fronteras siempre fueron zonas de conflicto; líneas de demarcación propensas a desencadenar violencia y guerra. En una escala mucho menor, se sabe de las hostilidades y reyertas que han provocado las lindes entre los propietarios de tierras colindantes. En esos conflictos late la propia biología del ser humano como un demarcador de territorialidad. Ratko Mladic, el general serbobosnio condenado a cadena perpetua por crímenes de genocidio y lesa humanidad, dejó dicho que «las fronteras se dibujan con sangre». Cuesta tachar de falsedad esa afirmación a la vista de los hechos y la Historia.
El conflicto entre Armenia y Azerbaiyán, por la región de Nagorno-Karabaj, ubicada en Azerbaiyán pero de mayoría de población armenia, venía de muy atrás y quedó congelado durante la era soviética. En 1991 cuando la URSS colapsó, el conflicto ya manifiesto, se saldó con la victoria armenia tras 30.000 muertos. Hasta 2020, se instauró una paz relativa, tensa, y llena de rencores y resentimientos.
Por otra parte, Azerbaiyán es un país rico en hidrocarburos, y esa riqueza energética se ha traducido no sólo en riqueza económica, sino también en poderío militar que, de hecho, acabó superando al de Armenia. Normalmente el aumento de fuerza militar va acompañado de un aumento de las ambiciones territoriales. Y como las guerras las inician los que creen que las van a ganar, fue en 2020 cuando Azerbaiyán se empleó a fondo en recuperar parte de los territorios que los rebeldes armenios habían conseguido dominar. Fueron 7.000 muertos en seis semanas de guerra tras las cuales, la mayor parte de los territorios quedaron ya bajo control azerí.
Fue en febrero de 2022 cuando Rusia invadió Ucrania y «descuidó» su papel mediador en el Cáucaso y cuando Azerbaiyán aprovechó esa coyuntura, tomó el territorio de Nagorno-Karabaj (que se había autoproclamado como República de Artsaj) y bloqueó también la única ruta, de 65 km, que lo conecta Armenia, provocando la consiguiente hambruna en los armenios de la región. La tercera guerra, en septiembre de 2023 duró un solo día por la falta de resistencia armenia y supuso el éxodo de 120.000 armenios desde Artasaj hacia Armenia.
Llegué a la Universidad de Ganja, una ciudad a 350 kilómetros al oeste de Bakú, a principios del pasado mes de mayo. La ciudad es limpia, segura y en sus edificios se ve inmediatamente la huella que el periodo soviético dejó en ella. Bibliotecas y auditorios majestuosos. Plazas grandes, abiertas y algo desangeladas donde se ubican los edificios oficiales. Por contra, miles de bloques de viviendas grises, muy modestas, monótonas y todas iguales.
Se diría que la arquitectura expresa la poca importancia que ese sistema otorga al individuo particular en aras de la colectividad.
Llama poderosamente la atención que tanto en Bakú como en Ganja, en las marquesinas de las paradas de los autobuses, y en algunos comercios, hay numerosas fotos-cartel de soldados que murieron en la guerra. Una mañana tranquila estábamos sentados en el patio de la facultad tres profesores azeríes y yo mismo. También en el patio de la facultad hay fotos-cartel de muchos estudiantes que enviaron al frente, y tienen la fecha de su nacimiento y de su muerte. La mayoría no superaba los 21 años. «Son nuestros mártires» me decían. Uno de los profesores me señaló uno de los carteles y me dijo: «Era alumno mío». Murió en acto de guerra a los 20 años. Impresiona verlos tan cerca, tan reales y tan jovenes.
Hace 88 años que en España se produjo la sublevación militar que devino en una cruel guerra civil de tres años. Y aquel espanto sigue incrustado en nuestra memoria colectiva. De la última guerra de Azerbaiyán con Armenia ha pasado solo un año y el conflicto está otra vez congelado pero probablemente no definitivamente solucionado.
Un conflicto que arrastra más de un siglo no ha podido pasar ni siquiera a un relativo olvido cuando la mayoría de la gente que lo ha sufrido, vive aún. En la memoria colectiva y viva de los azeríes y los armenios va a estar para mucho tiempo.
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