Marcial Vázquez
Politólogo
Jueves, 28 de diciembre 2023, 22:47
Hace ya un tiempo que sufro una enfermedad emocional muy grave: cada vez me identifico menos con el mundo en el que vivo. Y no solamente eso, sino que me cuesta mucho entenderlo. Esto era algo que solía pasar a personas de 70 u 80 años, pero no a la nueva juventud de mentira de los 40. El problema, en mi caso, no reside en la incapacidad de adaptación a la evolución del tiempo, sino a la desolación de no canalizar ni anticipar las transformaciones radicales que se están produciendo. Si uno de los rasgos del mundo antiguo es que pasaban siglos sin que pasara nada, ahora es al revés: en un mismo año pasan tantas cosas que no podemos verlas todas.
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Precisamente, en esta época navideña afloran las tensiones más que evidentes entre ese mundo tradicional que aun flota en muchas conciencias, y el mundo nuevo y postmoderno que nos tratan de configurar determinadas élites. Hay que entender que el cambio cultural de la sociedad es algo que se produce impulsado por intereses que actúan como una palanca de cambio, más allá de ninguna teoría de la conspiración. Esto es algo que ha sucedido en muchos momentos de nuestra historia, a pesar de que en cambios tan significativos como la revolución francesa y la independencia americana fueran las masas las que movieran el tablero del poder. Pero en la actualidad, el «pueblo» solo supone una herramienta de agitación y manipulación que manejan los núcleos del poder, que no solo son políticos. Vivimos en la era de la autodeterminación e independencia personal por encima de todo, pero pocas veces las sociedades se han encontrado tan indefensas ante el azote de los vientos de los demagogos y de los aprendices de brujo.
Como decía, las navidades han pasado a ser una especie de campo de batalla donde se enfrentan las posturas más radicales del momento. Es, como ha proclamado la RAE, la palabra más famosa del año: polarización. Así vemos, por ejemplo, al predicador este de Vox, ese que está en el Europarlamento y que supone una amenaza para la convivencia y el pluralismo, divinizando la idea de la familia, por supuesto tradicional; y, enfrente, a esta nueva izquierda reaccionaria que no soporta ni respeta la idea de la Navidad como una manifestación histórica de nuestra civilización, porque odia absolutamente todo lo que tenga que ver con la tradición occidental y la idea de una felicidad que no tenga que ser autorizada por ellos ni regalada por la secta progresista.
Llegados a este punto, me llamó mucho la atención un artículo de Fernando H Llano- catedrático de la filosofía del derecho- donde hablaba de un nuevo paradigma transhumanista en esta era digital. El simple hecho de nombrar a un tiempo futuro posthumano ya es estremecedor; pero advertir que la llamada Inteligencia Artificial acabará dando lugar a un nuevo «homo» que será cuasi perfecto por los avances en investigación contra la vejez y las enfermedades que se producirán, evoca la idea de un siglo venidero posiblemente con humanos, pero de dudosa humanidad.
El punto de ruptura existente en el avance temporal es una amenaza para el hombre y para su felicidad. La llamada guerra cultural acabará en un segundo plano, porque el impacto de los avances tecnológicos le impondrán al ser humano una nueva naturaleza. Yo espero no estar aquí para ver ese nuevo mundo, pero posiblemente sí será mi generación la última que haya podido vivir parcialmente el final del proceso civilizador occidental.
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