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Unos y otros, estos y aquellos, todos vamos por el percal de los días como si estuviéramos en una feria, una feria de las vanidades donde todo es cartón piedra que oculta la vida real, lo esencial. Una metáfora, la feria, donde hay un ambiente ... histriónico, un universo de espectáculo y parque temático, que levita y se separa de los genuinos y hondos veneros del mundo. Una 'calle del infierno' donde predominan las casetas de espejos que deforman nuestra verdadera fisonomía y nuestro ánimo y manera de ser, y las casetas de tiro, de tiro a todo lo que no va con nuestras ideas, a todo lo que no está en nuestra burbuja cada vez más hermética. También en esa populista ciudad precaria de lonas y saltimbanquis no faltan las casetas 'freaks', de personajes que convertimos en 'monstruos de feria' para soliviantar fuera nuestra mirada y nuestras conciencias, y no mirarnos a nosotros mismos: monstruos de todo tipo, monstruos de andar por casa, y que lo mismo están en el papel cuché, que en el piso de enfrente, lo mismo se sientan en un programa televisivo de la tarde, o se encierran en una casa con confesionario. Pero también 'monstruos de feria' que situamos en la tribuna contraria, en los colores que no son nuestros, o detrás de unas ya famosas líneas rojas de quita y pon al gusto.
Y en esa feria de nuestro delirio personal y colectivo, hay máquinas para dar puñetazos, esos 'boxer push', mesillas para echar al trile, atracciones como la del Gusano Loco, donde a mitad del viaje un gran toldo te cubre y te aísla del exterior, mientras el trenecito continua con sus pequeñas subidas y bajadas. No faltan el Zig-Zag con su movimiento mareante que te anonada por momentos, los Autos de Choque en los que 'divertidamente' no paras de dar encontronazos al que se te ha metido entre ceja y ceja, las Cadenas en las que 'estás volando', el Tren de la Bruja, donde nos creemos la bruja para dar con la escoba, y meter a los otros en el túnel oscuro. Hay una realidad paralela. Una voz anuncia los números ganadores y una veintena de caras curiosas que quieren conocer quién ha ganado el gran premio de la tómbola aguardan inquietas. Y todo envuelto en tracas y fuegos artificiales. El ágora y el salón de los predicamentos de la razón quedan lejos del ferial donde transitamos en nuestra cotidianidad. La vida se encuentra en esta simbólica ficción que a base de machaqueo queremos convertir en realidad. Nos hemos vuelto tiquismiquis, pejigueras, marcando territorio. Para ciertas cosas somos inflexibles, y hablo de nuestro ser social y político, mientras que para otras echamos mano de unas grandes tragaderas. Hoy se está perdiendo a chorros la actitud de debate, de diálogo, de consenso, de buscar cauces de encuentro en la discrepancia de ideas. Hoy ponemos faltas y reparos a todo lo que no es parte de nuestros propios intereses, jugamos a ser escrupulosos con argumentos peregrinos. Argumentamos nuestros melindres hasta la saciedad, pero luego si hace falta, sin pudor, nos desdecimos y le guiñamos el ojo al de enfrente. Como diría Groucho Marx, por no citar la otra frase al respecto atribuida a él: «A mí también me gusta mucho mi puro, pero de vez en cuando me lo saco de la boca.» Sólo hay que ver la última actualidad para darnos cuenta del empastre, expresión de zonas de Cuenca, Albacete y Valencia, que viene a significar que algo está embarullado o confuso.
Y esta es la feria donde decimos que empatizamos con el diferente pero lo seguimos poniendo en la caseta de feria, donde el extremismo político nos retrotrae en el tiempo y a conquistas ya logradas. Así estamos usando una muy privativa manga ancha para unas cosas y la manga estrecha para otras. Es el tema de la doble moral que juega con los criterios éticos. El antiguo aforismo latino 'Quod licet Iovi, non licet bovi' ('Lo que es lícito para Júpiter no es lícito para todos') capta la idea de unas normas que hago buenas para mí, pero no para otros. Porque los tiquismiquis a los que me refiero hacen buen caso del origen del término. Proviene del latín 'tibi, mihi', que significa 'para ti, para mí'. En la Edad Media, la expresión se convirtió en 'tichi michi' y así se llega al actual 'tiquismiquis'. En su origen hacía referencia a los miramientos de las personas desconfiadas a la hora de hacer un reparto. Pues, esa es la cuestión y en esas estamos. Es Navidad pero la feria sigue ahí como esa ciudad inventada que nos deslumbra y emboba para ganancia de los tahúres tiquismiquis.
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