Hoy he vuelto a visitarte
Fernando Quirantes
Domingo, 21 de julio 2024, 23:04
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Fernando Quirantes
Domingo, 21 de julio 2024, 23:04
Hoy he decidido visitarte. Agotada ya la primavera tan agitada de turistas, Granada abre los ojos a un nuevo día. 'El Principito' ya ha apagado ... las farolas de las calles por donde apenas pululan personas casi desorientadas, tras las copas de una noche de verano. Antes de devorar la penosa y desierta cuesta de Gomérez, el reloj de la Chancillería anuncia la séptima y monótona hora. Santa Ana vive en penumbras, esperando los primeros rayos de sol que no se han acordado de iluminarla. Plaza Nueva se muestra solitaria y triste.
Introducidos en el frondoso bosque de la Alhambra, no percibo el tañer del badajo de la campana de la Vela, que cada madrugada despierta a Granada. Parece estar muda. Junto al paredón de la puerta de Bibarrambla me saluda una joven que baja y huye de la humedad de la fuente del Tomate, recién regada; le acompaña su perro que también disfruta de la fresca brisa que huye del río Darro, colándose por la angosta y empinada cuesta de los Chinos, hasta inundar todo el recinto de la Alhambra.
En la fuente del Tomate aparece el perenne Ángel Ganivet adaptado a su ciervo; espera los primeros rayos de sol que ya están bañando el hotel Palace. El riego por aspersión también anhela ser penetrado por el cálido soplo de sol, para vestir el aire del arcoiris y regalarlo a los turistas, afanados en llegar al Generalife. Avanzo junto a los minutos del tiempo y descanso en el mármol blanco del banco de los poetas, adoptando la postura de Gala con su cayado, para despejar mi mente. Abrazo el silencio, quien no me libera de la angustia de encontrarme solo en dirección contraria a esta sociedad que necesita generosidad y altruismo; no encuentro sosiego ni soluciones; hasta mi brazo izquierdo me ha abandonado, pues sujeto a un cabestrillo, tras una operación de hombro, se niega a colaborar con mi cuerpo; no adjudico una ayuda para esta sociedad podrida y frenada por el odio, sin dejarnos llevar por el motor del mundo: el amor.
Desde el siguiente rellano de la fuente del Pimiento noto que el sol comienza a pintar de verde las copas de los castaños locos y de blanco la fachada del hotel Washington Irving. Tras rebasar el hotel, el camino se hace más dificultoso, pues la mala llamada acera –debiera llamarse camino suntuoso de pedruscos que desestabilizan los zapatos de una turista que sube en mí misma dirección– no soporta esa inestabilidad del equilibrio al andar y decide caminar por la calzada a espaldas del peligro de los coches.
Al llegar al restaurante Jardines Alberto, los contenedores asesinos de la basura, empotrados sobre la acera como un guardia de circulación, te obligan a caminar por la calzada nuevamente, donde te puede apuñalar por el dorso algún coche. Ya las personas no tenemos derecho a pasear por las aceras de Granada, no somos nadie; todo está orientado al turismo, al comercio, al materialismo o a sus señorías los perros, como si los que vivimos aquí no pagásemos nuestros impuestos para poder caminar.
Ahora traspaso una acera de veinte centímetros de anchura, sembrada toda ella de abundantes farolas. Así continuará este trayecto de acera suntuosa, inaccesible y avasallada por los comercios que se prolongará hasta casi llegar al cementerio. Para evitar el calvario de llevar la cruz en el caminar, giro a la derecha por la vereda del mirador del Palacio de los Alijares, subo por la carihuela sembrada de olivos, hasta llegar al mirador de los Alixares, donde contemplo y absorbo con mis ojos a la ciudad granadina, despertándose con los primeros saludos del sol. Continúo mi camino serpenteando por olivares centenarios y por higueras que quitaron el hambre a mis antepasados.
Antes de entrar al cementerio, compro mi rosa roja aterciopelada, para depositarla en el hueco de Mari, a la que segaron su vida sin consultarla y sin haber llegado la época de la siega de las mieses doradas. La guadaña adelantó su trabajo y cortó su tierno leño de vida, aún verde todavía, sin esperar a agostarse.
Ante su tumba yo siento la impotencia de no poder limpiarla y sacarle brillo, pues estoy tan manco como el manco de Lepanto, aunque yo no sé expresar como él con el teclado de mi móvil, las emociones que él sentía ante aquella sociedad que describía. Yo quisiera ser valiente como él y enfrentarme a esta sociedad materialista y cobarde, para deshacer entuertos y pronunciar sus amenazas: «Non fullades cobardes y viles criaturas, que un sólo caballero es el que os acomete…, y tomando la espada en ristre acometió contra…».
Mari, mi esposa, se ha alegrado al verme, pero al observar que solamente agitaba un brazo, ha intuido que solo le puedo dar medio abrazo, pero que en mi corazón hay muchos abrazos enteros y guardados para ella. Comprende que no pueda limpiar su morada, ni rozar con mis ásperos dedos su epitafio, que un día gravé en el frío mármol de su lápida y esculpido en mi corazón: «Pudimos haberte amado mejor, pero no más».
Ahora Mari me habla, para desterrar mi tristeza acumulada durante mi caminar matutino: «No te agobies, me dice, todo lo que está sucediendo en este mundo tiene su sentido: anunciar que el angosto y tortuoso camino que transitamos nos llevará a la otra dimensión con las manos vacías». La mentira, el odio y las guerras taladran el mundo y los desvalidos sufren las consecuencias. Con habilidad, el Gobierno no cumple con sus obligaciones desde los últimos cinco años anteriores, y ahora pretende enfrentar a los partidos políticos y autonomías con el trabajo que debiera haber realizado con anterioridad por quien compete las relaciones internacionales, que son el Estado, según dicta el artículo 249 de la Constitución. Se utiliza la demagogia y las emociones humanas. La cuestión no está en alojar momentáneamente a los niños migrantes, pues es pan para hoy y hambre para mañana. Hay que erradicar la migración y la vejación de la dignidad de las personas migradas, tratando el problema en sus países de origen, y suprimir las mafias que se enriquecen con el tráfico de personas.
Sin embargo, muchas organizaciones eficaces y lejos de lucrarse ya trabajan en este sentido en países subdesarrollados. Un ejemplo es el proyecto Acoes, que implantado desde hace treinta años en Honduras por el padre Patricio de la diócesis de Guadix, ahora está dando sus frutos. Allí, en Tegucigalpa, se atienden a más de 15.000 alumnos, niños recogidos de las calles de Tegucigalpa, para ofrecerles colegio, libros, ropa, comida y valores cristianos. Ya hay en España jóvenes universitarios que pertenecen a las primeras promociones del proyecto, haciendo másteres o doctorados, como Samir en Córdoba, que acaba de obtener sobresaliente cum laude. Luego, volverán a Honduras, para rescatarla de la miseria con esfuerzo y cooperación, evitando la emigración de sus paisanos.
Todos tenemos la obligación de construir un mundo mejor, donde las guerras, la demagogia, el egoísmo y el materialismo han sustituido a los valores cristianos de la verdad, la cooperación y la ternura humana. Hasta que los políticos no entierren sus demagogias, sus odios y sus ánimos de lucro, la migración crecerá y las máquinas de relojería se engrasarán hasta explotar. ¡Gracias, Mari, por tu lección magistral y por ofrecernos un camino, para trabajar por los excluidos y más necesitados de la tierra: los migrantes!
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