Florencia la bella y el amoral Maquiavelo...
¡Florencia!... Quien no la conoce no ha visto la más bella maravilla de que es capaz el hombre europeo venido de Constantinopla que se asentó en la ciudad
Viernes, 12 de febrero 2021, 22:52
Si Roma es el tesoro de Europa, Florencia es su mejor joya. Cruzada por el Arno, esta ciudad media es el ejemplo más significativo y ... valioso de lo que significa la aristocracia europea en su sentido cultural. Puente entre la ya decadente Constantinopla y la renaciente Europa, es ahí donde el protorenacimiento manierista se hace carne de manos de Bruneleschi en Santa María de la Flor, cuya cúpula servirá de norte y guía, años después, para que Miguel Ángel levante su pareja más soberbia en san Pedro de Roma, sobre la estructura pétrea del Bramante, y de cuyas pinceladas surgirá esa joya manierista que es nuestro castillo de La Calahorra.
Y no se comprende como de una geografía tan reducida pueda surgir el sentimiento gigantesco de un arte capaz de transformar el amor carnal en simple emoción espiritual, a lo sufí como aquellos de Wadi Asch, emotiva de un Dante, aunque luego, ahora, enterrado en Rávena, los de aquí no le hayan permitido que su cadáver repose en la tierra que tanto amó, sepultura de 'ella'.
Y ahí Miguel Ángel, el escultor que quería hacer hablar a sus mármoles escultóricos, el de la Piedad, madre de todas las que en el mundo han sido, y el David, la estampa de la perfecta juventud, que no obstante dejó espacio para que se lucieran sus paisanos Giberti, Donatello y el Verroquio en las portadas de los baptisterios florentinos, mientras él se entretenía en decorar la techumbre de la capilla del Papa Sixto, en Roma, para ejemplo de artistas futuros trascendentes, y hasta dejar espacio al Bramante que dejará sus huellas en nuestro palacio ya renacentista de Carlos V, en la Alhambra, obra de Machuca.
¡Florencia!... Quien no la ha visto no ha visto la más bella maravilla de que es capaz el hombre europeo, aquel que venido de Constantinopla se asentó, como proto renacentista en aquella ciudad soñada a orillas del río Arno. Aunque al más santo no le falta un pecado, a su pesar, y ahí, entre tanta maravilla, he aquí que se nos apareció la figura amoral de Nicolás Maquiavelo. Éste, el autor de mayor predicamento en la Europa que arrancó de aquel Renacimiento. En esta Europa que abandonando aquel providencialismo que pusiera de moda san Agustín, ahora se alistaba bajo la bandera que, a la sazón, izó este Maquiavelo con su libro capital 'El Príncipe'. En esta Europa que abandonando todas sus raíces tradicionales, optaba hoy por transformar todo en argumento y razón política, de la mano de ese príncipe.
Un complejo exclusivamente político, que hoy nos pone de relieve agigantada la figura de este Nicolás Maquiavelo, por lo que no está demás traerlo hoy a nuestras páginas por su evidente actualidad, en contraste con aquellos otros florentinos, gloria de Europa y de su pensamiento y su cultura, y por ello lo recordamos para explicar el revolucionario cambio que experimentó la cultura –sobre todo política– debido a la obra 'El Príncipe', de este florentino, el padre de toda amoralidad política.
Fue Maquiavelo, obsesionado por la unidad de Italia rota por aquella invasión de los bárbaros del norte, quién logró dar la vuelta al pensamiento tradicional agustiniano, y al quehacer político vigente hasta entonces, apadrinando todo nacionalismo y separando, por incompatibles, todo quehacer religioso del otro quehacer político, este asunto exclusivo del hombre, cuya principal razón de existencia –especialmente si aspira a ser príncipe– es conseguir el poder.
El poder absoluto, para lo cual todo le es permitido, porque tal como en el amor y en la guerra, según el dicho popular, heredado del maquiavelismo, todo es lícito, aquí, para conseguir el poder, todo es permitido al aspirante –al príncipe–, a cuya tarea todo lo demás, desde la moral a la razón o la ley, le están subordinados. Para el político que aspira al principado todos los caminos y argumento le son lícitos, ya que la moral o la religión son objeto de otros quehaceres ajenos a la política, de cuyo terreno deben ausentarse.
Obviamente, con su novedoso postulado, Maquiavelo echó por tierra todas las consideraciones que hasta entonces giraban en torno al poder, especialmente las debidas al derecho, a la moral y a la religión.
Con su nueva biblia plasmada en esta obra, Maquiavelo señalaba una nueva ruta a los políticos que desde el Renacimiento florentino, han convertido aquella Europa, asiento unitario del sacro imperio romano Germánico, urdido sobre la túnica inconsútil tejida por la Cristiandad romana, en un avispero de nacionalidades, a la contra la una de la otra, y de cuya pelea Italia ha sido el peor enjambre, incluido el Papado, y cuyas consecuencias, ahora que todos aspiramos a la corona del príncipe –por aquello de que todos somos iguales–, padecemos desde entonces todos los cristianos y aún los ateos del mundo entero, despellejándonos por razones nacionalistas heredadas del príncipe del florentino Maquiavelo.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónAún no hay comentarios