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Fragmentos de sabiduría
Tribuna ·
Mi padre no necesitó grandes disertaciones para enseñarme el valor del conocimiento, el amor a los libros y el respeto a las palabrasAna Moreno Soriano
Sábado, 30 de mayo 2020, 23:55
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Tribuna ·
Mi padre no necesitó grandes disertaciones para enseñarme el valor del conocimiento, el amor a los libros y el respeto a las palabrasAna Moreno Soriano
Sábado, 30 de mayo 2020, 23:55
Cuando hace menos de dos meses murió Luis Eduardo Aute, recordaba, a modo de homenaje, uno de los conciertos que grabó en los años ochenta y que, junto con el resto de su discografía, forma parte de mi memoria; entre esas canciones de amor y ... desamor, de búsqueda y encuentro, de libertad y esperanza, volví a escuchar 'Padre', cuyo autor es Teddy Bautista y que Aute interpreta derrochando sensibilidad y ternura, como siempre. No sabía entonces que, poco tiempo después, yo también estaría hundida en los recuerdos; en la presencia impalpable, pero diáfana y sutil, de mi padre. No sabía entonces –siempre es mejor no saberlo– que faltaban menos de cincuenta días para que mi padre doblara la esquina del futuro y me instalara definitivamente en la orfandad, el sentimiento que me invade cuando me veo en la foto de niña de tres años y las dos personas que me cogían de la mano ya se han ido para siempre. Desde aquella foto hasta ahora, han pasado más de sesenta años, pero la vida no transcurre solo en el calendario: son momentos luminosos de alegría y esperanza, de canciones en la radio y tardes de labores en el patio; días de duelo, porque también mis padres perdieron a los suyos, y de celebración por nuevos nacimientos; recuerdos de fiestas y de juguetes, de convivencia con los vecinos en las noches calurosas del verano compartiendo agua fresca y conversación en las puertas de las casas; emoción al mirar las fotos que siempre suscitaban comentarios, a veces repetidos pero siempre entrañables: «¿Dónde ibas con esas gafas, papá?» «¿Recuerdas la muñeca que te traje de Madrid?»; momentos del pasado que aparecían en blanco y negro y se llenaban de luz y color, cuando los pasábamos de nuevo por el corazón.
Dice Umberto Eco que las personas estamos hechas de pequeños fragmentos de sabiduría, lo que nuestros padres nos enseñan en pequeños momentos, cuando no están intentando enseñarnos. Mi padre no necesitó grandes disertaciones para enseñarme el valor del conocimiento, el amor a los libros y el respeto a las palabras: bastaba con ver su sonrisa de satisfacción cuando veía las notas de los exámenes o hablábamos del curso que iba a empezar; nos contaba, a veces, cómo fueron sus años en la escuela y entendíamos que hubiera seguido estudiando de buen grado pero, como la mayoría de su generación, tuvo que llevar un jornal a casa desde muy joven; eso es algo que entendía como un hecho natural, sin ningún tipo de frustración, pero pensaba que sus hijos sí podían estudiar, y debían hacerlo, porque ésa era la mejor forma de conocer y defender nuestros derechos. Tampoco necesitó explicarme el significado de la generosidad, porque la practicaba en su día a día, ni la responsabilidad del trabajo, ni el placer de la música, ni el calor de los abrazos… Él era así: generoso, responsable, cariñoso y alegre y esa forma de ser son los fragmentos de sabiduría que nos deja como legado. Y ahora lo recuerdo una y otra vez, mientras tratamos de consolarnos pensando que la muerte es inevitable, que murió en paz y que seguirá vivo en nuestra memoria, y mientras vemos que, a nuestro alrededor, ya no existe el escudo protector de los padres y nos sentimos más vulnerables que nunca, más necesitados que nunca de hombros, manos y palabras que nos sostengan, cuando sopla fuerte el viento del dolor.
Y también necesitamos -yo, al menos, lo necesito- recordar alguna anécdota intrascendente, alguna idea que me haga recordar la sonrisa de mi padre; por ejemplo, qué le hubiera parecido despedirlo con una canción de Massiel, como las que le cantaba cuando yo era adolescente… Y, a falta de esa canción, que seguramente no hubiera podido cantar, le dedico estas palabras en las que laten los pequeños fragmentos de sabiduría que él me transmitió y que vivirán siempre conmigo. Siempre, papá.
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