Edición

Borrar
La brecha idiomática
Opinión

La brecha idiomática

La intromisión del inglés en todos los ámbitos de la vida cotidiana está haciendo que nuestras generaciones de mayores, una gran parte de la ciudadanía que no domina los idiomas y los estudiantes con problemas en lecto-escritura se vean descolgados de los procesos de comunicación fundamentales para su desenvolvimiento diario, en lo que parece ya una imparable 'brecha idiomática'.

FRANCISCO JAVIER OCHANDO

JAÉN

Miércoles, 7 de febrero 2024, 11:53

Hará cosa de diez años, una compañera de Lengua Castellana y Literatura me confesaba que sus padres septuagenarios eran incapaces de entender gran parte de lo que veían y oían en televisión, espacios de publicidad incluidos, dada la fuerte intromisión que los anglicismos estaban teniendo en el uso del español. Una intromisión que no presenta una razón de ser clara, en tanto disponemos del correspondiente vocabulario en español en la casi totalidad de los casos, a pesar de lo cual el fenómeno no ha hecho sino ir en progresivo aumento desde comienzos de siglo. Tanto es así que, si lo que hace décadas parecía propio de pedantes con ínfulas de pijos, hoy se toma por lo más moderno, los más 'cool' dirán algunos, e incluso parece acertado para ningunear a todo aquél que no tire de la terminología inglesa al describir acciones o situaciones cotidianas referentes no sólo a terrenos claramente específicos, como la banca, la medicina o la tecnología (principal responsable de todo este conglomerado idiomático en el que nos encontramos), sino incluso a hechos habituales e intrascendentes de nuestro quehacer diario. Ya saben: no salir a correr sino a hacer 'running' (aún recuerdo cuando era 'footing'), no ir al gimnasio sino al 'gym' y no tener un entrenador personal sino un 'personal trainer' o un 'coach'. Tampoco vamos de compras sino de 'shopping', no dejamos las cosas en suspenso sino en 'stand-by', no vemos un programa en hora de máxima audiencia sino en 'prime time' o no consultamos la lista de los más vendidos sino el 'top ten', donde seguro encontraremos todos los 'bestsellers' habidos y por haber, pero no los superventas.

En las tecnologías, como digo, la cosa alcanza su punto álgido y la lista se engrosa hasta rozar casi lo obsceno ('mail' por correo, 'hat' por mensaje, 'streaming' por directo, password por contraseña, y un largo etcétera). Enumerar todas estas sustituciones me ocuparía un espacio del que no dispongo en este artículo y, además, hay quienes ya lo hicieron mucho mejor que yo antes, entre los que recuerdo especialmente al desaparecido Javier Marías, políglota y admirador de la lengua de Shakeaspeare, licenciado en Filología Inglesa, docente en Oxford y el Wellesley College, Premio Nacional de Traducción antes de la treintena y, por consiguiente, poco sospechoso de mostrar rechazo hacia otras lenguas.

Pero el infame acoso a que es sometido nuestro idioma y la impasibilidad que instituciones y hablantes mostramos en su defensa quizás esté sembrando por el camino un reguero de víctimas hacia las que también permanecemos insensibles. Entre ellas se cuentan en primer lugar nuestros mayores, quienes no sólo padecen con estoicismo la brecha digital o el despotismo de la banca y las finanzas, sino también esta otra brecha idiomática que se abre en canal y lo fagocita todo a una velocidad abismal y genera una confusión en los mensajes de la cual ellos son los principales afectados. Aunque, tampoco cabe olvidar a ese inmenso grupo de españoles que no dominan otro idioma más allá de la lengua materna. Curioso que el universo de la publicidad, siempre interesado en abarcar el mayor radio de público posible, no tenga miramientos en prescindir de dos sectores tan importantes para el consumo como la tercera edad y la clase media adulta.

Como tampoco parece sensible el del comercio, con su abuso del genitivo sajón en las peluquerías y centros de estética de barrio, donde te puedes hacer un 'lifting' o un 'peeling' por un módico precio, su proliferación de 'barber shop' en las que te cortan el pelo y arreglan las mejillas como si de una barbería de toda la vida se tratase o sus concurridos 'coffee shop' y 'restaurants' también rotulados en genitivo sajón y con cartas y menús exclusivamente en inglés, aunque se esté en el lugar más recóndito de España.

Por último, tenemos a ese grupo especialmente expuesto que son nuestros estudiantes de primaria y secundaria, con serios problemas en escritura y compresión lectora como hemos visto estos días, aunque bombardeados constantemente con palabros ingleses por doquier en clases, redes sociales e internet, procurándoles con ello un galimatías lingüístico que los asemeja a pequeñas torres babélicas andantes.

Nuestras instituciones, y eso es lo más preocupante, tampoco están manifestando demasiado celo en el adecuado uso y defensa de nuestro idioma. Por sus entrañas pululan sin control términos como 'bullying', 'fake news' o 'lawfare', repetidos hasta la saciedad entre la clase política y lo medios de comunicación. Pero la cosa parece no tener fin; hace poco contemplé impávido cómo se anunciaba nuestra empresa postal nacional en la televisión con un eslogan en inglés, 'Visit Correos', como si de un llamamiento a que guiris de todo pelaje hicieran una ruta guiada por sus estafetas se tratase. E igual de boquiabierto quedé al comprobar que la Diputación de Jaén creaba un programa provincial de grafittis (palabra importada del italiano, por cierto) denominado 'Jaén Street Art'. Claro, que en todos los casos esto adquiere visos de ser otra suerte de 'okupación' con consentimiento e indulgencia legal, la okupación del español por parte de un idioma extranjero ante la que apenas se levantan voces críticas ni se producen las intervenciones institucionales convenientes. Francia, cuyo idioma fue el de uso internacional entre los siglos XVIII y XX, quiere recuperar su supremacía lingüística en África, para lo cual va a invertir 800 millones de euros en los próximos años.

El español, siendo un idioma mucho más estable, con mayor número de hablantes en el mundo y el primero entre los demandados por los estudiantes europeos, navega al pairo, próximo a diluirse en un mustio 'spanglish' en el que contará mucho la complicidad de quienes hablan en inglés en foros en los que podrían hacerlo en español, por disponer desde su origen de traductores simultáneos, pero imponen los pinganillos allá donde es fácil entendernos, si no en un perfecto, al menos sí en un correcto y educado castellano.

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

ideal La brecha idiomática