El siglo XXI, caracterizado por la globalización, asiste al intercambio, difusión y preservación de información instantánea que ha traído consigo la regularización, jerarquización y debate de diversos temas de interés social que, quizá, por diversidad cultural, tarden otro siglo más en estabilizarse. Porque, admitámoslo, la ... humanidad ahora interconectada crea un debate de todo, por mínimo que sea, y no parece emitir conclusiones ecuánimes fácilmente y sí disputa sempiterna.
Publicidad
Al parecer, al contar nuestro relato al mundo, había mucho debate que cortar, no por cuestiones intelectuales, sino por carencia de ellas. Lo que está claro es que la información es ley y lo que en algunos lugares parece que un concepto está aceptado en otros han supuesto confrontación y necesidad de consenso. Es curioso, pero seguro que muchos creíamos que el resto del mundo global industrializado pensaba igual o similar a la opinión de nuestro país, pero no ha sido así. Por supuesto, hubo sorpresas.
Temas como feminismo, lucha de clases, gestión de recursos, guerras o intereses capitales están en nuestro día a día y parecen haber invadido y polarizado nuestra charla. Y, aunque la globalización ha traído una visión geopolítica y social de otros rincones del mundo traspasando estereotipos y clichés, también ha dejado secuelas, en donde no sabíamos si era mejor haber mantenido la creencia que se tenía de una determinada comunidad a conocer su verdadera forma.
El constante flujo de información es un hecho, lo que además, por nuestra función de relación conlleva a emitir una opinión, en donde no opinar se vuelve en sí un posicionamiento según el contenido del debate. Somos pues presas de nuestra propia función de relación. Hemos conectado el mundo, pero no esperábamos tanta discrepancia, conflictos y en ocasiones un asombroso e imperante catetismo. Organizarse entre seres humanos ha sido y será, de momento, nuestra tarea más complicada.
Publicidad
De hecho, según el antropólogo Robin Dunbar, existe un número relacionado con el tamaño de nuestra neocorteza cerebral, encargada del pensamiento consciente, para determinar la cantidad de personas con las que podemos relacionarnos plenamente. Dunbar define las relaciones llenas como el trato que tienes con aquellas personas que conoces lo suficientemente bien como para saludarlas sin sentirte incómodo si te las encuentras en la sala de espera de un aeropuerto. El antropólogo teorizó este valor aproximadamente en 150 personas.
Quizá por todos estos factores se haya puesto de moda promulgar, buscar y concienciar sobre el espacio seguro, que se define como un entorno en el que las personas se sienten protegidas, respetadas y libres de cualquier forma de violencia, discriminación o juicio negativo, pudiendo expresarse y ser auténticos sin temor a represalias o críticas. Estos espacios se caracterizan por la creación de un ambiente acogedor, empático y comprensivo, donde la diversidad es celebrada en lugar de ser motivo de división, consolidándose en el ámbito personal como parte de un proceso de empoderamiento permitiendo que las personas que participan no tengan que enfrentarse a reacciones negativas generalmente dominantes sobre ellas.
Publicidad
La globalización trajo consigo perspectivas y debates nuevos que rompían con la idiosincrasia y heteronormatividad establecida pero también trajo reaccionarismos y odios, y claro, todo aquello que lleve al odio, solo mata nuestra inteligencia. Tantas opiniones de guerra y conflicto bailando a nuestro alrededor, diversidad vulnerada, discursos que transgrede nuestros derechos, no me extraña que hasta en psicología se instruya a los pacientes a construir y generar un espacio seguro autónomo.
Esto no debería de confundirse con ningún sesgo de confirmación, sino más bien como una herramienta de protección ante el abordaje continuo de información negativa.
Si hay un intento por crear un espacio seguro, debe de haberlo para la accesibilidad de tiempo seguro, que permita nuestra realización personal, cuidado psicofísico y diluya nuestra mente de preocupaciones como el trabajo o la dependencia económica.
Publicidad
Dedicar espacio de calidad a nosotros mismos y nuestro entorno asegura poder afrontar con mayor disposición el día a día que algunas configuraciones laborables no permiten. No olvidemos que el tiempo puede obsesionar, y a veces genera malestar, sobre todo la falta de este, de ahí que la jornada reducida empiece a ser una herramienta de vital interés.
Sin espacio y tiempo seguro, ¿De que nos diferenciariamos de las máquinas?
Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.