La fuerza natural y el instinto imponen su reino y sus leyes. El viento se recogió la melena en una coleta como un torero antiguo, Pedro Romero se recogió el viento con una coleta en su cabello. El miedo tiene miedo del miedo: un hombre ... vestido de luces bajó al centro de lo primitivo y lo salvaje, impelido por la necesidad, arrastrado por una vocación extraña, empujado por el propio miedo. Va a domar a la muerte con sus muñecas. Va a erigirle al peligro una estatua de bronce con un lagrimón en la mejilla que no termina de caer al suelo. Bajar al cogollo del meollo de nuestra naturaleza con el pavor justo y medido en un vaso de adrenalina es un rito para los elegidos, palpar en vivo cómo pelean con nobleza el corazón y la inteligencia en la arena traída del Génesis. La inmortalidad y la sapiencia frente a frente, esa pelea crucial, esa dialéctica bíblica a la que no le cabe reconciliación.

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Cuando la muerte más superflua alcanza la efigie más rotunda de la muerte y la vida se queda como un sueño cercano para el resto de los mortales: el mito.

Joselito 'el Gallo', torero del pueblo y de la clase obrera, su compromiso social desafió a la oligarquía taurina que manejaba el negocio de las corridas. Un sevillano de Gelves, que inventó sin proponérselo la mitología contemporánea antes de que la descubriera Hollywood con Rodolfo Valentino o James Dean: juventud y grandeza segadas de golpe por la parca sin contemplaciones, dejando un sinfín de preguntas en el aire con una única respuesta contundente. Dejando un vacío inmenso apto para el relleno del fetichismo, la necrolatría y el marketing.

El toreo trasciende el espectáculo, es una cosmovisión que representa la soledad radical y consciente del ser humano en el universo y la embestida de la angustia que provoca

Tener 25 años y parecer en el ruedo de una plaza más viejo que el amanecer, más viejo que el ocaso; más antiguo que la vida, más antiguo que la muerte, no está al alcance de cualquier muchacho. Tener 25 años recién cumplidos y tener ya hechuras de mausoleo. Perder la existencia como un simple respiro, de un tajo certero que todavía duele en sus confines y en sus orígenes. Nacer y morir en mayo. Tiempo cíclico que no sabe correr rectilíneo. Tiempo de los niños que no llegan a viejos porque no se merecen esa foto. Tiempo de fiesta, de flores, de baile. Tiempo de 'Bailaor'. La tragedia siempre se esconde detrás del baile. Hoy día se fotografía todo y todo se para y caduca en su propia fotografía, menos la foto noria, la imagen circular del mito que no para su movimiento, que no para su trabajo de rotación como una astronomía poética, en eso consiste la eternidad terrestre, en una lidia continua contra el morlaco del olvido.

La soledad es un círculo preparatorio, un coso, alegoría viva del acabamiento que nos compete a todos. El toreo trasciende el espectáculo, es una cosmovisión que representa la soledad radical y consciente del ser humano en el universo y la embestida de la angustia que provoca eso, cuya única escapatoria y sentido metafísico es saber enlazar soledad y angustia con la trenza de la plasticidad y el arte en una misa solemne donde las divinidades se ausentan porque se olvidaron de sí mismas y sólo penden en medallones ocultos que buscan la querencia de la piel, de la vida, y que invocan a la suerte, que es el antónimo crudo de la muerte, todos los demás contrarios funcionan como eufemismos dentro y fuera de una plaza de toros.

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José Gómez Ortega, el arquitecto de la ligazón en el toreo. Poderoso, dominador invencible. Más virtual que real, holograma de carne y hueso. Vestido de soledad. Investido de soledad. Ataviado de soledad y oro. Compitiendo en soledad con el sol más que nunca en Talavera de la Reina. El rey de los toreros luciendo soledad y un llanto remoto por los hombres que no se llora porque choca con el dique de la garganta, capital física de la congoja. Al cuerpo no le queda ni la tarde. Para el alma, cualquier espacio es válido si huele a tierra y a pan de la mañana que no llega. A la memoria no le queda más remedio que la cincelen con anatomía humana. Para la España taurina el sol de mayo desde 1920 huye del oeste y se pone por el nudo en la garganta. 'Se acabaron los toros'. La Esperanza, la madre nutricia del corazón, se va a despojar del verde y se va a vestir de luto, va a anunciar a los dioses la muerte de Gallito.

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