
Ojos de legionario
«Valor, corazón y arrojo. Qué palabras tan engreídas cuando ninguna es esdrújula»
Francisco Núñez
Viernes, 21 de marzo 2025, 18:41
Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Francisco Núñez
Viernes, 21 de marzo 2025, 18:41
La forma más rápida de convertirse en héroe es morir antes de tiempo. Hay algo de heroico en el valor, también en la inconsciencia. Los héroes pierden la vida el día menos pensado; el resto de los mortales fallece cuando les toca. Todos las palabras dignas entrañan demasiado riesgo. Honor, dignidad, orgullo. En cambio, la cobardía o la traición son mecanismos de supervivencia. Ser un héroe cada vez resulta menos rentable.
Recupero la foto de un joven legionario hace ahora cinco años; en los primeros días del estado de alarma. La guerra debe ser un agujero ruidoso que huele a pólvora y zotal. Quizás se ubique en el mapa cerca de Edchera, donde la Legión plantó cara en el 58 al Ejército de Liberación. Por allí se cuenta que murieron –el día menos pensado– medio centenar de heroicos legionarios.
Siempre heroicos; por siempre muertos.
Pero la misión del protagonista de nuestra foto se encuentra en una calle vacía y silenciosa, donde hibernan las moscas y los enemigos están por todas y por ninguna parte. Lo llaman pandemia.
Y siente pena; que es mucho más peligrosa que el miedo, porque la pena no te permite ni atacar ni defenderte. Sin embargo, tiene que salir a la calle en esta primavera artrósica de 2020 porque es su misión. Y un legionario obedece, hasta morir si hiciera falta. Lo dice el octavo de los doce mandamientos que escribió Millán Astray. «Lo más horrible es vivir siendo un cobarde», reza el décimo. En cambio, el credo del legionario no cuenta nada de la tristeza y la pena. Y se percibe en sus ojos. Porque a los héroes el corazón les late al compás de duelo y las pupilas miran por peteneras.
Cuando reciba la orden se meterá en el campo de batalla con una manguera de fumigar. Sería mucho más digna una bayoneta; pero es lo que corresponde. Ya se sabe, los héroes no pueden elegir el día que les toca, siempre llega en el momento más insospechado. Y este puñetero mes de marzo es el que le ha correspondido.
Valor, corazón y arrojo. Qué palabras tan engreídas cuando ninguna es esdrújula.
«A mí la Legión», cree oír desde un balcón a las ocho de la tarde. Y acude, con razón o sin motivos, porque lo ordena el cuarto de sus mandamientos: espíritu de unión y socorro. ¿Y a él? ¿Quién lo auxilia de esta pena impertinente que se le ha metido en los ojos como un puñado de arena del Sáhara?
Entonces, siente que el cabo Suceso Terreros solicita voluntarios para morir. Para luchar contra un batallón de bichos que envía a miles de personas a la UCI; como los rifeños agazapados en el monte Gurugú. La maldita pandemia tiene pinta de encerrona en el blocao de la muerte. Si al menos el enemigo tuviera un nombre serio. Covid-19.
Así no hay modo de librar una batalla decorosa. Las heridas de los héroes se llevan por fuera. Las de los enfermos van por dentro. Prefiere perder un brazo a que se le paren los pulmones.
Enchufa la manguera y fumiga los rincones. ¿Por qué tendrán tan mala fama las esquinas? –se pregunta. Si algún día tiene que cavar una trinchera aprovechará la revuelta de alguna calle.
El bicho se escapa. O acaso habrá muerto. Los héroes de nuestro tiempo desconocen quién será el próximo enemigo. Las gestas no duran para siempre. Las letras son espantapájaros.
Aplauden desde el balcón al paso del legionario. Plantando cara al coronavirus, con la manguera entre los dientes, esta tarde se ha sentido Baltasar Queija.
El nuevo novio de la muerte.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Favoritos de los suscriptores
Te puede interesar
España vuelve a tener un Mundial de fútbol que será el torneo más global de la historia
Isaac Asenjo y Álex Sánchez
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.