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Quizás a nuestros regeneradores les falte capacidad regeneradora, pero en un punto nos están dejando nuevos: el verbal. Cosas de más enjundia no, pero nos han traído un fárrago expresivo incontenible: empoderamiento, escrache, transversalizar, sororidad, resiliencia, interseccionalidad, etcétera, dejando a un lado amigues, nosotres o ... adres, todavía en fase de tentativa.
Pronto no nos reconocerá nadie desde el punto de vista oratorio, pues la realidad es harina de otro costal. Aunque no es cuestión que convenga menospreciar, pues quien controla las palabras controla la realidad, dijo Gramsci.
Algunas son palabras nuevas; otras, nuevos usos de las de siempre. A veces proliferan fórmulas fascinantes. A quien aprecie el arte retórico le conmoverá la expresión «la gente de este país» o «la gente de nuestro país», pura poesía que hace estragos en el discurso público.
Lo emplean las huestes de Podemos, incluyendo sus mandos. Genéricamente, «quieren mejorar la vida de la gente de este país», y se agradece. Iglesias lo daba todo por «la gente de este país». Y Yolanda Díaz lucha por los derechos de «la gente de nuestro país». Así lo dijo cuando la hicieron vicepresidenta: «Ensanchamos horizontes con el empeño de mejorar el día a día de la gente de nuestro país».
Esta expresión exquisita tiene dos grandes virtudes, que son la razón para usarla. Primera y principal: evita decir españoles e incluso España, pues ese «gente de este país» sustituye a españoles y «nuestro país» actúa como sinónimo políticamente correcto de España, pues es sabido que decir españoles y España no queda bien en determinada progresía «de este país», no sea que se molesten los nacionalistas. De hecho, Otegi y Junqueras han adoptado la expresión con entusiasmo, aunque sin que se sepa bien a qué se refieren. Se conoce que se están adaptando al régimen. O más bien viceversa.
Segunda virtud de «la gente de este país»: evita estar todo el día dando la vara con «españoles y españolas», no tanto porque moleste la repetición debida al lenguaje inclusivo –en general, procura repetir– sino porque sería mucha españolidad.
Queda raro tener un Gobierno en el que la vice y algunas personas ministras (dicho sea en políticamente correcto) intentan no emplear el nombre de España y españoles, pero es lo que hay. Para consolarnos, la expresión se va extendiendo, Podemos manda mucho. Sobre todo en el lenguaje, su prioridad.
Por eso conmueve la propuesta de Díaz de sustituir patria por matria, eso sí que es estar atenta a las necesidades de la gente de este país, que al parecer viven en el terreno de las fantasías. Permite «ampliar las oportunidades de felicidad de las personas», objetivo legislativo de Podemos según la persona ministra Irene Montero. Único fallo: al definir el concepto, esa imagen meliflua de diálogo queda empalagosa. No se ve cómo se arreglará el problema catalán a base de arrumacos.
Divierte la creatividad lingüística, pero tenerla como guía para la acción política puede llevar a desbarrar. Para divertirse, mejor en casa.
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