La estructura de esta novela llamada 'vivir' es un tiempo circular donde las cosas siempre vuelven sobre sí mismas. Lo mismo ocurre con Granada, el ejemplo perfecto de que ciertos problemas son cíclicos e invariablemente vienen y van como el 'chacachá del tren' de Mocedades.

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Pongamos como ejemplo la sequía, la que desde el franquismo temprano es un Guadiana que aparece cíclicamente. «Mes seco, mes con quince días rojos, lanzas de sol quemante» puede sonar a previsión meteorológica, pero no, es solo el inicio de un poema del pícaro Pablo Neruda donde se intuye o la caída de un meteorito y nos vamos todos con viento fresco, o una sequía como la que padece nuestra provincia. Me inclino por lo segundo.

El clima ha cambiado, esto lo reconoce ya hasta el primo científico de Rajoy. También lo dicen nuestros mayores, que tienen un conocimiento casi intuitivo del calor, del frío, e incluso de todo a la vez. Les basta con concentrarse en cómo se levanta ese día el reuma. No falla, el dolor de huesos es la infalible 'cabañuela' de la tercera edad.

El bello vocablo 'borrasca' ha dejado paso a la 'ciclogénesis explosiva', término que parece más un ataque masivo con drones que unas bajas presiones. Con lo bonito que suena 'temporal' cuando amenazan cumbres borrascosas y después diluvia como en el día del estreno del arca de Noé.

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La sequía que padecemos se parece mucho a la crisis económica de 2008, que también reaparece periódicamente para que experimentemos el llegar a fin de mes con gozo y algarabía. La sequía nunca se fue, como la crisis. El cielo aprieta pero no ahoga, pero cómo aprieta, y cuando nos regala una época de lluvias solemos olvidarnos del 'estreñimiento' cíclico de nuestro cielo protector.

Yo no quiero que llueva café en el campo, lo que quiero es que llueva a secas. Y si me apuras, que diluvie una lluvia de millones sobre Granada en la Lotería de Navidad del mes que viene. Pero sin agua hidratando las gargantas secas de nuestros pantanos, tenemos todos los boletos para irnos por el desagüe de la economía. Imagínese Granada sin chorro en el grifo por culpa de la sequía. El alegre goteo de turistas que tanto trabajo está costando recuperar tras la pandemia se lo pensaría antes de pedir cita con nuestra ciudad.

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Y mientras rogamos a San Isidro Labrador para que facilite el chubasco, saquemos el paraguas grande para protegernos de esa otra lluvia que amenaza con arreciar, la de las facturas.

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