En aquel Concurso Jondo de 1922, que tantas bocas llena hogaño, se cantó mucho, se tocó bastante, pero no se bailó nada. Así que la danza en Granada quedó poco señalada por el supuesto estigma de aquel encuentro que ahora se quiere desempolvar. Sin embargo ... antes de aquel año: mucho. Y después del mismo: mucho más.

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Inmediatamente antes, en 1919, Granada ocupó un lugar destacadísimo en la danza internacional gracias a Manuel de Falla y su 'Sombrero de tres picos', en cuyo ballet el inquilino de la Antequeruela inserta aires a medio camino entre el folclore sin flamenco y el flamenco sin espesura, tales como la farruca, el fandango, las seguidillas, el minué y la jota. Era la guinda a una Granada danzante que había sido relatada y pintada por los viajeros románticos, sobre todo en un Albaicín imaginario o en un Sacromonte troglodita.

La historia de la danza en Granada está por escribir. Sus hermanas la música, la guitarra e incluso el cante ya tienen algún que otro libro encomiástico. Decenas de páginas se pueden llenar con las formas de la zambra, aún por analizar sosegadamente, los chotis del maestro Alonso, los 'meneos' de la dinastía apellidada Albaicín, la visita de los ballet rusos hace poco más de un siglo, la figura de Enrique Morente taconeando, los anónimos autores de bailables para las zarzuelas y óperas del Cervantes, las danzas autóctonas de algunos pueblos de la provincia, los nuevos coreógrafos… Obra que daría a conocer joyas olvidadas como 'Preciosa y el viento', ballet con música de Ángel Barrios y texto de García Lorca,

Pero la danza en Granada es más. Mucho más. Una evocación, seria y sin turisteo, de las posibles danzas andalusíes que se bailaban en la ciudad antes de ser cristianizada. Un laberinto que alcanza desde los añorados seises que bailaban ante el santísimo y ante María Inmaculada en nuestra catedral, hasta la danza peculiar y callejera de las fiestas de Moros y Cristianos de Benamaurel, Cúllar y Zújar. Un suave balanceo, llamado baile, de los pasos de palio o una correndilla de los Incensarios de Loja.

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El presente de la danza en Granada, por desgracia, abarca más que aprieta. Decenas de ímpetus se deshacen buscando el momento sublime o el genio incomparable. El grandísimo acierto de Antonio Gallego Burín de unir la danza con la música a la hora de crear el Festival Internacional, que este año cumple 71 años, ha dado algunos de esos instantes de los que hablo. En los anales de la belleza están escritas las noches de ballet protagonizadas por Antonio, Margot Fontaine, Rudolf Nuréyev y otros muchos de los mejores. Sin embargo en los últimos años el Festival no ha encontrado la supernova que concite similares exclamaciones de júbilo ante una actuación en el Generalife. Salvo el caso impresionante de la granadina Blanca Li que por sí sola ya coloca Granada en uno de los centros de la galaxia Terpsícore de este planeta. En estos años, algunos de ellos muy pobres en esta página danzante, el Festival opta más por el conjunto cuyo renombre se asocia a la ciudad de la que procede en vez de en la genialidad de su figura central danzante. Además el Festival es una raya en el agua. Media docena de noches en tres semanas y el resto del año un erial. Cierto que el Palacio de Congresos trae de vez en cuando un 'Lago de los Cisnes' para paladares todoterreno, pero más que lago es laguna, casi azud, porque Granada en invierno sigue sin un escenario grande y digno para la danza clásica. Y esa ausencia no puede seguir siendo pretexto de programadores timoratos y coordinadores culturales de mediocre alcance, para no ofrecer ballet en Granada cuando es necesario encender la calefacción.

Como estrambote lorquiano al Festival de junio y julio, el Generalife se llena en agosto de una danza siempre aflamencada, más variopinta que purista y más aplaudida por turistas que por entendidos. Pase.

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Otra cosa es el Teatro Alhambra. Aunque programado desde Sevilla, este escenario, amplio y adecuado, ha hecho mucho por acercar el arte de la danza contemporánea a los aficionados granadinos. Y digo ha hecho, porque aquellos años en los que nos visitaban muchas de las mejores compañías belgas, holandesas y de otros países exóticos, están quedando en el recuerdo, sacrílegamente manchados por sandeces a mansalva y tonterías subvencionadas que hemos visto demasiadas veces recientemente en este teatro público.

Por suerte, las escuelas y conservatorios de danza florecen con denuedo en Granada y provincia. Siempre con cierto déficit de chicos frente a las chicas, pero con ganas y tesón. La danza española, el ballet clásico, el baile flamenco y la coreografía contemporánea centran sus planes de estudios y generan aprecios de nuestra juventud, e incluso se ven destellos de inteligencia en las muestra fin de curso. A falta de salas adecuadas, es un acierto colocar la danza en los museos, como se hace en otras latitudes, como hará Lucía Garrido el sábado 30 en el de Bellas Artes de nuestra ciudad.

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Las agrupaciones se dispersan algo volatineras. Las academias privadas o municipales, de la provincia y de la capital, realizan una labor más sociocultural que destacadamente artística. Y eso ya es mucho. Gentes que casi nunca van al teatro disfrutan con estos danzantes, sin entrar en valorar la calidad de su quehacer, en la fiesta de San Cecilio o en los bailes regionales del Corpus y del Día de la Cruz, o en el acertado encuentro 'Granada baila'. Sin embargo, entre las compañías auténticamente profesionales afincadas en esta ciudad se cuenta Da.Te Danza y poco más.

Los nombres propios se añaden a los de esos profesores, casi anónimos, de conservatorios, academias y compañías, a los que tanto le debe la danza en Granada. Si hablábamos de Blanca Li, no se pueden olvidar figuras de coreógrafos como Daniel Doña, Manuel Liñán, Rafael Amargo… Unos camino del éxito total y otros lastrados por circunstancias personales. Y que me perdonen los que no han cabido en este brevísimo vistazo a la danza en Granada cuando el siglo XXI ya avanza por su tercer decenio. No obstante seamos sinceros: nombres de aprecio internacional, pocos, muy pocos para una ciudad que debería canjear tanto desdén oficial hacia la danza por un poco más de mimo hacia ese idioma que se escribe con el cuerpo entero y se entiende con el corazón sin censura. Ojalá redivivo, al menos una vez al año, con motivo de cada 29 de abril.

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