Después de mucho tiempo, tenía que hacer una visita a la redacción de IDEAL, pues necesitaba consultar el archivo y quiso el destino que fuera dos días después de que Melchor dejara este mundo. Han sido tantas las veces en que he visto al dire, ... como le llamábamos, asomándose para buscar a alguien, o entrando por la mañana, saludando con un «Qué», muy a la granaína, que venía a interrogar sobre cómo se presentaba el día informativamente hablando, o qué estábamos haciendo los que estábamos allí, todo a la vez. Ha cambiado mucho la gran sala de redacción desde aquellas escenas, está preciosa, moderna, bien organizada, con muchos cristales y rótulos de diseño. Pero es inevitable evocar la figura de quien durante más de tres décadas estuvo al frente. Como si «su espíritu vagara nostálgico», que diría el verso de Juan Ramón.
Me pilló de viaje su marcha y no pude despedirme de él, ni dedicarle esta columna al filo de la actualidad, como él mismo hubiera exigido, pero tengo la justificación de que Melchor ya forma parte de la historia, disciplina que le apasionaba por cierto, y ya se sabe que el tiempo histórico tiene un ritmo más pausado y sereno que el que produce las noticias periodísticas, que mueren antes de que acabe el día que las vio surgir.
Se han dicho muchas cosas sobre sus cualidades y sus aportaciones a la vida ciudadana en una época apasionante, de una intensidad y una rapidez vertiginosa. Surgía una España nueva y él estaba en un lugar privilegiado para verlo y contarlo, era joven y entusiasta. Y lo mejor de todo es que aquel ímpetu juvenil de sus inicios, que le llevaba a maquinar campañas reivindicativas, como aquella inolvidable que titulamos «el Sacromonte se hunde, granadinos, acudid a salvarlo» casi recién llegado a Granada, ese ímpetu, como digo, lo mantuvo hasta el final. Era una militancia perpetua a favor de su tierra, Granada, su ciudad, el rasgo más sobresaliente de su perfil personal y profesional. Todo lo que pudiera aportar algo positivo para Granada recibía su apoyo y colaboración incondicional, viniera de donde viniese, una regla que también aplicaba cuando se trataba de cuestionar o criticar algo criticable, lo cual descolocaba bastante a la gente que suele dividir las cosas entre blanco y negro y no admite los matices.
No era el suyo un granadinismo chauvinista, o rancio, o casticista, en absoluto. Miraba a Granada desde dentro y era muy consciente de nuestros defectos, de las causas ocultas que siguen originando que vayamos siempre a medio gas, que no nos unamos para lograr lo que es bueno para todos.
Ahí están, en el archivo del periódico aquellos cuadernillos sobre determinados temas propios de nuestras costumbres, de nuestro patrimonio, de nuestra cultura, los coleccionables sobre las comarcas, la gastronomía, la historia de Andalucía oriental, las colaboraciones de tantos intelectuales destacados de la ciudad, de todas las tendencias, que encontraban en IDEAL un lugar para los debates ciudadanos más calientes.
Se me acaba el espacio y solo puedo resumir diciendo que Melchor Sáiz-Pardo, nuestro dire, fue un buen ejemplo de la Granada abierta.
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