Las hazañas del 'niño del espray'
Opinión | Puerta Real ·
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Opinión | Puerta Real ·
Sorprende muchísimo la osadía de este pintamonas, que no se arredra a realizar su 'machada' debajo de las cámaras de seguridadUn joven encapuchado, vestido con chaleco de camuflaje, una mochila a la espalda y un bote de espray en la mano se pasea ante las cámaras que el Ayuntamiento colocó en el Albaicín para disuadir a los autores de los chafarrinones de cometer sus tropelías. ... El muchacho, sin inmutarse, realiza su pintada de 'cuevas resiste!!!' en el Arco de las Pesas y sigue por el Callejón de las Monjas para volver a pintar el mismo eslogan frente al Palacio de Dar-al-Horra justo debajo de otra de las cámaras de seguridad. Para rematar la faena enfila por Gumiel de San Pedro y allí cambia el color negro por el verde pero mantiene su llamada a la resistencia de las cuevas. Su viaje de descenso por la Cuesta de San Gregorio ya es una apoteosis de colores del arco iris con mensajes diversos, entre los que destaca el 'ACAB' (All cops are bastards), que traducido al español dice más o menos que «todos los policías son unos bastardos». Esto pasaba hace cinco años y hace cuatro y hace tres y sigue pasando ahora... y no pasa nada. Algo debe fallar cuando las cámaras graban a un individuo pintarrajeando en un lugar tan singular como el Arco de las Pesas -restaurado hace menos de un año- y lo único que fuentes oficiales nos dicen días después es que el citado individuo «va encapuchado y viste un chaleco de camuflaje». Premio para la fuente informante por la descripción de la vestimenta. Pero eso sirve de muy poco. Lo que está tan claro como el agua del deshielo es que el joven en cuestión habita en las cuevas de San Miguel o del Avellano y que protesta de este modo contra el anunciado y nunca realizado desalojo de estos enclaves. Una vez aclarado este punto, no creo que sea necesario llamar a Roberto Alcázar y Pedrín, o resucitar al sargento Colomera, para ayudar a nuestra policía a dar con el paradero del malvado del espray y aplicarle la ley.
Ocurre que a los contribuyentes, más que saber cómo va vestido, nos hubiera gustado oír o leer que ya se ha identificado al artista frustrado y que ha sido trasladado ante el juez, para que su señoría tome las disposiciones que considere pertinentes. Entre las medidas a aplicar por la justicia podría barajarse la de darle al joven en cuestión un cubo de cal o de pintura y una brocha para encalar todas las tapias del barrio universal y dejarlas como los chorros del oro. He dicho brocha, aunque por un momento pensé en un pincel de tres pelos, pero no quiero abrir el portillo de la saña. Algo habrá que hacer porque no deja de llamar la atención esta pasividad ante los constantes ataques a nuestro patrimonio, como también sorprende muchísimo esta osadía del susodicho pintamonas, que no se arredra a realizar su 'machada' debajo de las cámaras de seguridad, que se supone que funcionan.
De seguir así las cosas, podría invadirnos una sensación de que reina la impunidad, que todo es jauja con ribetes de cachondeo. Y esto produce un mosqueo mortal entre el personal que -mire, usted, por donde- se afana estos días en preparar la declaración de la renta. En este caso, hasta el más tonto del lugar puede pensar, al comprobar la mordida que le han dado durante todo el año en sus haberes, que el dinero destinado a la Administración no está bien administrado. Es ésta una reflexión que da pie a cuestionar -dejando aparte al 'niño del espray'- si no estamos jugando a la gallina ciega. Porque es evidente que no pasa día sin que nos desayunemos con una prohibición nueva, que es de inmediato trasgredida por los desaprensivos o caraduras, a los que les importa un pito las normas, los decretos, las disposiciones o las leyes.
He perdido la cuenta de cuantas prohibiciones llevamos a cuestas desde que se nos impidió fumar en los bares y desde que se quitaron los crucifijos en los edificios públicos. Aquello fue en la etapa de Rodríguez Zapatero, pero en todos estos años la catarata de vetos y tabúes no ha dejado de arrojar su chorro de proscripciones. En el ojo del huracán están las bolsas de plástico, los coches diésel, las corridas de toros, la bollería industrial, la caza, las centrales nucleares, los chistes, los piropos, la fiesta de la Toma, las grasas poliinsaturadas, o los cuentos de Caperucita Roja y La Bella Durmiente. No sigo porque me aburre transitar por estas trochas, donde no se gana nada y se pierde mucho tiempo. Lo cierto es que hay prohibiciones que son de sentido común y otras que no tienen ningún sentido. Y lo malo está en que las reglas y leyes del sentido común ni son observadas ni son seguidas por casi nadie, en tanto que las que no tienen ningún sentido comen el coco al personal, provocan rifirrafes en todos los medios y en todas las redes, atrapan los cinco sentidos y llenan horas y horas de discusiones inanes.
Al final de toda esta historia, lo que queda es que muchas de las ordenanzas mueren en el momento de ser publicadas; que las bicicletas, patinetes y otros artilugios siguen circulando por las aceras con el consiguiente soponcio de los peatones; que los drones continúan invadiendo nuestra intimidad; que la suciedad se amontona en las calles; que muy pocos respetan la prohibición de circular a más de 30 Km/h por la ciudad; que nadie impide los ruidos nocturnos y algaradas de madrugada, y que siguen funcionando los aparatos soplahojas para el fomento de las alergias. Tras este somero repaso, uno casi llega a entender que el pintamonas del espray siga decorando paredes, monumentos, rincones y esquinas. Al fin y al cabo, siempre cabe un tonto más.
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