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Prefieren reunirse de noche para sus cacerías, pero si algo les interesa no tienen inconveniente en abandonar sus guaridas de día

Adela Tarifa

Jaén

Jueves, 15 de octubre 2020, 00:39

Es una obviedad afirmar que el patio político deprime. Basta ver, si hay cuerpo que lo resista, una sesión parlamentaria. Respecto al tema sanitario, lo poco que nos cuentan, da pánico. No estamos en una segunda oleada de la pandemia. Es la misma, propiciada por ... una mala gestión. Es que nada sucede por casualidad. Tampoco el desastre económico, que viene de lejos. Como la falta de civismo en algunos colectivos. Gobiernos nefastos sucesivos conducen a que hoy tengamos tantos ciudadanos poco ejemplares. Es que en los picos más altos de la pandemia nos enterábamos de que se celebraban jolgorios y botellones en locales escondidos, o en descampados. La mayor parte de ellos los protagonizaban jóvenes, a los que les importaba un comino contagiarse y llevar el bicho a casa para que el abuelo acabara en el cementerio. Y en ello siguen los mozalbetes. Así, uno tras otro, mitos, frases hechas, consignas electorales, van cayendo por los suelos mientras el paro crece a una velocidad supersónica. Era mentira que teníamos la mejor sanidad del mundo. Era falso que esta generación universitaria sea la más preparada de la historia. Y es obvio que nuestro modelo educativo falla. No puede ser bueno un modelo educativo que multiplica los 'ninis', que deja pasar de curso sin aprobar las asignaturas, que no respeta a los profesores, que no fomenta la excelencia académica y que tolera comportamientos incívicos, insolidarios y violentos de bastantes adolescentes, aunque no sean la mayoría. Lo hemos visto en esta pandemia. Fue levantar la mano y los adolescentes se echaron al monte como si hubieran sido fieras enjauladas. Como si en casa, durante el confinamiento, los hubieran estado torturando y necesitaran desfogar. Era todo lo contrario. Hoy en muchas casas mandan los hijos. Y allí se reproduce el mismo lenguaje escolar: todo vale, no hay que traumatizarlos con castigos. Mucho menos cargarlos de obligaciones. Así nos va, y peor nos va a ir.

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